Jorge Dispari y Marita “la Turca” - En homenaje a los grandes milongueros de antaño…

Nota escrita por Ute Neumaier, Buenos Aires, publicada en la revista alemana Tangodanza, Nro. 48, octubre 2011

En el barrio de Boedo, en Buenos Aires, se encuentra la Escuela de Tango “Villa Urquiza”, de Jorge Dispari y Marita ‘La Turca’, figuras emblemáticas del tango, maestros, milongueros y padres de las bailarinas Geraldin Paludi y Samanta Dispari. Mitad escuela, mitad casa, acogedora y algo caótica, su academia tiene un encanto muy característico, muy argentino. Jorge está sentado frente a la computadora y se alegra: “Hoy es un día magnífico, hasta ahora no me peleé con nadie.” A diario discute en Facebook y promociona “su” tango, al que defiende con fervor: el tango de antaño, sin el que no puede imaginarse su vida ni la de Marita, y tampoco la de sus tres hijos. Que así da la impresión de ser algo dogmático, lo acepta; esto se lo debe al tango, cuya esencia no debe perderse jamás.

En su taller sobre musicalidad experimento cuán convincentemente lo sostiene: durante cuatro horas caminamos al compás del mismo tango y no nos aburrimos ni siquiera un minuto. El cascarrabias de Jorge es un maestro inspirador que nos introduce en la historia y las tradiciones del tango. No se le puede tomar a mal que, tal vez, idealiza un poco; con demasiada claridad se siente su pasión por este baile y su admiración por los grandes milongueros de otras épocas.

Las clases de ustedes son un homenaje a los grandes milongueros de antaño. ¿A qué se debe?

Jorge: De los milongueros me enamoré cuando tenía 17, en una milonga; fue amor a primera vista. Todavía recuerdo la expresión extasiada y feliz en sus rostros. Eso se ve también hoy en las milongas, pero a menudo me parece simulado. Según el lema: Miren lo que siento. Con frecuencia echo de menos el corazón, la pasión, el entusiasmo y la incondicionalidad de los viejos que vivían, lloraban, reían, sufrían y morían en el baile.

Marita: Hoy hay demasiadas poses, poca autenticidad.

Jorge: Pero hay otro motivo. En 1967, cuando el último bastión el tango, el “Club Buenos Aires” cerró sus puertas, todo se puso cada vez peor. Es cierto que el tango no fue prohibido, pero los militares le hicieron la vida difícil. A menudo se decretaba el estado de excepción y después de las 22 no se podía estar en la calle en compañía de más de una persona. Quien a pesar de todo lo hacía, era detenido y las investigaciones duraban al menos 72 horas, de manera que recién se recuperaba la libertad después de algunos días. La gente tenía miedo y prefería no arriesgar algo así. Se decían a sí mismos: “entonces no nos ocupamos más del tango”. Pero los milongueros le fueron fieles y lo mantuvieron con vida.

¿Qué milonguero tuvo mayor influencia sobre ustedes?

Marita: Nuestro maestro más importante y mayor ejemplo fue, desde 1979 hasta el 2010, ‘El Turco’ José[i].

Jorge: Él era un bailarín increíble, un maestro de la sutileza, siempre elegante y con un inmenso conocimiento del tango. Bailaba el papel de la mujer como prácticamente ningún otro y por eso solían llamarlo en broma ‘Josefa’. Podía hacer unos adornos que te dejaba sin palabras. Todo lo que Geraldin sabe hacer como mujer, lo aprendió de él.

Marita: Dio clases hasta un año antes de morir, aunque ya necesitaba un andador.  Estaba parado al pie de la escalera empinada de nuestro estudio, se concentraba y murmuraba: “Tengo que llegar arriba, el tango me espera.” Con mucho esfuerzo subía los escalones y en la clase mostraba con gran fuerza de voluntad los ejercicios en la barra. No quería ayuda ni compasión, quería bailar, hasta el último minuto y nada ni nadie podía impedirlo. Poco antes de su muerte quiso ir a milonguear con nosotros y bailar con Samanta. No pudimos negárselo, pero teníamos miedo de que se cayera.

Jorge: Él solo decía: “Si me caigo, dejen que suceda. Tengo que bailar.” (Marita señala conmovida una urna en el estante).

Marita: Su mujer quiso hacerlo cremar y desparramar sus cenizas al viento en Villa Urquiza[ii]. Pero ella accedió a nuestro deseo y nos dio la urna para que nuestro maestro de tantos años pudiera acompañarnos siempre.

Jorge: También me impactó Carlos Alberto ‘Petróleo’ Estévez[iii], aunque no fue mi maestro. Se suele decir que su apodo se debía a que podía girar con gran rápidez. Pero más bien tenía que ver con que en su temprana juventud siempre “tenía cargado el tanque”. En los últimos años, antes de que dejara de bailar definitivamente, sus piernas ya no lo acompañaban. En el “Sin Rumbo” necesitaba casi una media hora para llegar con pasos cortitos a su mesa. Entonces permanecía sentado allí toda la noche, miraba a los bailarines y, poco antes de partir, preguntaba con voz débil: “Marita, ¿bailás conmigo? Entonces se incorporaba con gran esfuerzo y se dirigía a la pista. Allí juntaba fuerzas, tomaba la postura de baile, la vida volvía a ese hombre viejo y empezaba a bailar. Nunca olvidaré eso.

Jorge, ¿vos bailás como uno de los milongueros?

Jorge: En mis primeros años me llamaban ‘el joven Portalea’[iv]. No me gustaba para nada y empecé a desarrollar mi propio estilo. Claro que todavía hoy bailo figuras de Portaleo o de ‘El Turco’, pero lo hago a mi manera. Lo maravilloso de estos grandes viejos fue también que cada uno ponía en el baile su personalidad, sus figuras, su estilo, su carácter. Hoy se copia mucho en lugar de ser creativo. Alguno pone la mano como si sostuviera una bandeja y todos lo imitan.

Por lo que cuentan, esos milongueros parecen ser dioses. ¿Lo eran?

Marita: No, no eran dioses, al contrario. Calaveras, noctámbulos, muchos eran verdaderos Don Juanes. Los buenos bailarines tenían mucho éxito con las mujeres, podían elegir. Todavía me acuerdo de uno que iba a cada milonga con una mujer distinta. Una vez le pregunté cuál era su esposa legítima. Pero ella estaba en la casa, él no iba a bailar con ella.

¿Y las grandes milongueras? ¿Las había?

Marita: Sí, claro, y tuvimos la gran suerte de poder ver bailar a esas milongueras. Estaban Ofelia Rosito y Nélida ‘Nelly’ Fernando que todavía hoy siguen siendo muy solicitadas como bailarinas entre los jóvenes y los mayores, y otras, como Lilia Filipini, Elvira ‘Pocha’ Vargas y Margarita, que ya no salen por motivos de salud.

Jorge: Marita es parte de ellas, nació en 1952, pero como bailarina tiene una historia de casi 50 años. Baila de ensueño y no hay un milonguero al que ella no pueda seguir.

¿Cómo ven el papel de ustedes como maestros?

Marita: Queremos transmitirle a nuestros alumnos el amor y el respeto por el tango y mostrarles que es mucho más que solo un baile: es la expresión de una cultura popular, de una forma de vida, es música y poesía.

Jorge: Nos veo como elemento de unión entre el pasado y mis alumnos, que no pudieron ver a los bailarines legendarios. Ellos eran grandes bailarines, pero malos maestros, en el sentido de que no sabían explicar el tango con palabras. Y por eso considero que nuestra tarea es transmitir aquello para lo que ellos no tenían  palabras, sino solo gestos, y ocuparnos de que no se los olvide.

Marita: Nuestros alumnos fueron Andrés Amarilla, Corina de la Rosa, Daniel Nacucchio y Cristina Sosa, Enrique y Judita, Fabián Peralta, Javier Rodríguez, los hermanos Missé y, por supuesto, nuestras hijas.

Jorge, ¿sos más bien maestro, milonguero o bailarín?

Jorge: Yo bailo y enseño con gran pasión. Si soy milonguero, al respecto no puedo decir nada porque esto es una distinción que solo te la puede dar otro. Cuando me preguntan si soy bailarín, digo que no, ya que nunca bailé una coreografía sobre el escenario, aunque antes hice coreografías para otros bailarines. Cuando bailo, hago solo aquello que siento. Si es bueno o malo, no lo sé, pero viene del corazón.

¿Cuándo comenzó ese amor por el tango?

Jorge: Directamente nací con él. Mis padres bailaban, mi madre sigue cantando hoy en día, con 80 años, y mi abuela imitaba con su voz un violín. Te podrás imaginar que en una familia así el tango estaba presente en todas las fiestas familiares. Con cuatro años ya podía diferenciar las orquestas de tango más importantes: Di Sarli, Pugliese, D’Arienzo, D’Agostino, Tanturi y Caló. Mi papá ponía un disco y yo debía adivinar la orquesta y el tango antes de que el cantor empezara. ¡Y lo lograba! Así, a modo de juego, aprendí a conocer y a amar la música.

Marita, vos tenés una historia maravillosa. ¡Contála!

(Marita busca pretextos y luego accede)

Marita: Yo también vengo de una familia tanguera: Mi papá, que era un gran milonguero, y tío de Gerardo Portalea, me enseñó a bailar cuando tenía siete. Cuando tuve ocho, mis familiares me llevaron a una velada de tango y sin consultarnos nos inscribieron a mi papá y a mí para un concurso. Bailamos, ganamos, y esa fue la primera distinción de tango que recibí en mi vida. ¡El primer premio eran dos pollos! El segundo, ¡una docena de empanadas! (se ríe).

Jorge: ¡Ay, Marita, no lo estás contando bien y dejás la mitad afuera! Ella fue la última pareja de baile de ‘Petróleo’. Cuando falleció su pareja de baile, le pidió a Marita que, a pesar de la diferencia de edad, bailara con él porque casi ninguna mujer podía hacerlo con tanto corazón como ella y porque era la única que podía seguirlo. En aquel entonces le habían propuesto a Carmencita Calderón[v], pero él prefería una pareja joven; su argumento era que él ya era lo suficientemente viejo por los dos.

Marita: En aquel tiempo yo bailaba con otro un estilo diferente, a pesar de todo, dije que sí. Él ya era muy mayor y no daba tantas exhibiciones, pero las últimas las bailó conmigo. Luego fui la pareja de Pupi Castello, mucho antes que Graciela González.

En clase se nota la gran intimidad que tienen y, a menudo, se toman el pelo entre ustedes como una pareja enamorada. ¿Dónde se conocieron?

Jorge: Nos conocimos en 1982 en el “Sin Rumbo”, desde hace 27 años pasamos día y noche juntos. Después del tango, ella es mi segundo gran amor, también a primera vista. Sigue habiendo ese qué se yo, a veces nos gritamos de forma espantosa. Pero solo hace falta que alguien diga algo en contra del otro, y enseguida se las tienen que ver con nosotros.

Marita: Jorge fue mi príncipe azul y todavía lo es. Yo ya estuve casada con el padre de Geraldin y de Cecilia, pero nos habíamos separado pronto.

Jorge: Quizás me pueden echar en cara que soy un soñador. A menudo veo a hombres solos en la milonga, sin pareja. Eso no nos pasa a nosotros. Recién dimos clase, ahora estamos haciendo una entrevista, luego comemos juntos, más tarde bailamos juntos. Y así también debe seguir.

¿Y así fue que una pareja de tango se convirtió entonces en toda una familia tanguera?

Jorge: Sí, tenemos tres hijas. Geraldin y Samanta son conocidas como bailarinas y nosotros siempre las apoyamos en su elección. El anhelo de Marita también es que nuestros nietos sigan ese camino. Pero casi nadie sabe que Cecilia, nuestra hija mayor, bailó mucho antes que sus dos hermanas.

Marita: Pero ella nunca quiso ser bailarina profesional, aunque ama el tango quizás más que todo. Cuando nació, mi padre compró una radio pequeña, sintonizó una emisora de tangos y se la puso en la cuna. Tan pronto cesaba la música, la bebé, normalmente tranquila, comenzaba a gritar. Hoy tiene 34 años y sigue escuchando tango toda la noche y no puede dormirse sin él. Nuestras tres hijas bailan, pero cada una siente e interpreta la música de forma totalmente diferente.

En aquel tiempo, ¿cómo se ganaban el sustento para esta familia tanguera?

Marita: Yo crié a mis hijas, hice y vendí empanadas y cociné en una escuela para niños discapacitados y después también les enseñé tango.

Jorge: Yo fui pintor, después trabajé para una empresa de mudanzas y después fui DJ seis noches por semana. En aquel tiempo, el tango se hizo cada vez más popular, había muchas milongas y muy pocos musicalizadores. En realidad, solo cuatro: Félix Pichema; Néstor, a quien solo se lo llamaba “el número 1”; Oscar Héctor y Toto Cirilo. Yo tenía una buena base musical desde mi infancia, el resto me lo enseñó Cirilo. Sobre todo, que no es tan importante tener mucha música, sino sentir mucha pasión por la música. Sin sentimientos y sin entusiasmo, no existe el tango, sea poniendo música, interpretándola, bailando o dando clases.

¿Cómo era ser DJ en aquella época, y qué música se tocaba?

Jorge: Todavía no había CDs, la música venía de discos o de casetes. Yo ponía música de casetes porque era más fácil llevarlos. Con una birome adelantaba o rebobinaba la cinta, conocía todo de memoria y sabía dónde comenzaba qué pieza. ¡En el “Sin Rumbo” solo tenía un grabador de casetes! En la “Galería del Tango” había cuatro grabadores, dos para buscar el tema, uno para la cortina y otro para la tanda de baile, y un solo par de auriculares.

Había mucho menos música que hoy, había cosas que ya no se encontraban y las buenas estaban en poder de unos pocos coleccionistas. No te olvides que las grandes colecciones fueron compradas por los japoneses que remasterizaron todos los originales y sacaron al mercado discos compactos increíblemente buenos. Se lo tenemos que reconocer. Este fenómeno se debe atribuir a que el tango fue declarado patrimonio cultural del mundo. No sé si la música de tango hoy nos sigue perteneciendo a nosotros o a los japoneses, pues ellos se llevaron toda la información musical. Pero, a fin de cuentas, todos nos beneficiamos con ello.

¿Cómo se convirtió un DJ en bailarín? ¿Te resultó fácil?

Jorge: No, primero empecé a bailar y luego a hacer música. Pero sin embargo, nunca fue fácil. El tango es una cosa maldita: nada es fácil, hacer una pausa, caminar, girar y nunca se termina de aprender y para mí no fue diferente. Pero yo amo al tango y eso me mantuvo.

Marita: A lo sumo, les resulta fácil a los bailarines que lo tomaron con la leche materna, como Geraldin, Samanta, Javier Rodríguez o lo hijos de Missé. Como adulto, tenés muchos bloqueos.

Jorge: Mi primer maestro fue Gerardo Portalea, después lo sucedieron muchos grandes milongueros como Villarrazzo, Lampazo, Oliveto, Milonguita y ‘El chino’ Perico. Después vino ‘El Turco’ José y fue nuestro maestro hasta el final. Como mi padre fue un famoso sastre para hombres en Buenos Aires y vestía a todos los milongueros, enseguida era aceptado como alumno.

También Cacho Mantegaza me ayudó en mi camino: lo encontré cuando, después de siete años, quise terminar con el baile. No entendía de qué se trataba y no podía plasmar las cosas. Cacho bailaba de forma totalmente diferente a ‘El Turco’, él mezclaba la suavidad con la vehemencia y así surgía una mezcla extraordinaria. Él supo hacerme recobrar el entusiasmo por el tango.

¿Y cuándo se convirtieron en maestros de tango?

Jorge: Mi primera alumna, hace 23 años, fue Geraldin, cuando yo tenía 30 y ya hacía 12 años que bailaba. Me costó esfuerzo y hasta me resultó un poco vergonzoso frente a los bailarines experimentados que yo admiraba.

Geraldine tenía seis y jugaba en el patio de la academia en una sillita con ruedas, y durante la clase, sentada en ella, pasaba zumbando a toda velocidad entre los alumnos. Ella quería que yo le enseñara a bailar, pero le dije que recién cuando demostrara que eso realmente le interesaba. Acto seguido, se quedó cinco horas sentada en la clase sin decir ni pío.

¿Y desde entonces enseñan juntos el mismo estilo?

Jorge: Sí, desde entonces enseñamos tango de salón y su variante, el estilo “Villa Urquiza”.  Hoy se confunde mucho, algunos dicen que dan clases de “Villa Urquiza” y enseñan “Ocho Cortado”. ¡Pero eso es parte del antiguo “tango petitero”, el actual “tango milonguero”.

Marita: Antes se sabía por las figuras del milonguero, de qué barrio era, ya que cada uno tenía su estilo. Uno bailaba un boleo de Paternal, los de Villa Devoto hacían diferentes los lápices. Lamentablemente, esto se perdió.

Jorge: Nosotros viajamos por todo el mundo y predicamos que lo más importante en el tango es caminar. A veces me preguntan si yo gano dinero “así”. Pero no se trata de eso. Se trata de enseñar en lo que uno cree. Nosotros no enseñamos figuras, sino a caminar, las pausas y la cadencia. El abrazo también es  importante porque en él se reconoce si la pareja apoya los pies en el piso en el mismo momento o no. Nuestro objetivo es la musicalidad para sensibilizar a nuestros alumnos por tangos diferentes, para que puedan percibir las pausas, los acentos, el ritmo y la melodía de un tango, y para que no bailen todos los tangos igual.

No creo para nada en esas cosas tan de moda como el “tango reiki”, la “biomecánica del movimiento”, la “sensodinámica” o el “tango zen”. No creo en cosas como estas. El tango es caminar. Pero eso no quiere decir que sea sencillo. Se necesitan años para aprender a caminar correctamente.

Marita: Es un lástima que hoy en las milongas repletas del centro ya casi no se pueda caminar y que no se siga enseñando a los alumnos cómo guardar suficiente distancia entre las parejas.

¿Ustedes siguen tomando clase?

Jorge: A mí me gustaría seguir aprendiendo, pero desde que ‘El Turco’ no está más, ya no tengo maestro. Yo le digo a nuestros alumnos Adrián y Amanda Costa: “Aprendan, aprendan, aprendan”. Así puedo ser alumno de ustedes en mi vejez.

Marita: El año pasado estuvimos nueve meses fuera de casa. Poco antes había muerto ‘El Turco’ José. Recién en el avión tomamos conciencia real de la pérdida. Nos preguntábamos: ¿Quién corregirá nuestros errores a los que nos hemos habituado en este tiempo largo de ausencia?

¿Les gustó bailar juntos desde un principio?

Jorge: Yo tuve una gran suerte porque las milongueras, como Marita, bailaban conmigo. Claro que estaba entusiasmado, pero creo que les pisaba bastante los pies.

Marita: ¡Ay, Dios, sí! ¡No quiero ni pensar en la cantidad de zapatos que me arruinó! ¡Fue una catástrofe! Pero yo estaba enamorada y por eso no me di mucha cuenta. Por el amor, dolía menos.

Jorge: En aquel entonces solo pesaba 48 kg y no como ahora, más del doble.

¿Y hoy?

Marita: (radiante) ¡Sigue siendo maravilloso! Y ahora ya no me pisa los pies.

Jorge: Incluso es más lindo que antes. El tango es como el vino. Con los años se pone cada vez mejor, y no peor.

¿Hay algo en el tango que les moleste?

Marita: No, nunca me molestará nada en el tango. Pero con frecuencia me harta la gente en la milonga.

Jorge: El mundo del tango no es fácil, hay mucha injusticia, cuentan mucho las apariencias y hay demasiado marketing.

Pero lo que realmente me saca de quicio es el “tango nuevo”. Esa gente afirma haber inventado algo nuevo, pero ellos simplemente retomaron movimientos y figuras de los años cuarenta y cincuenta que habían sido desechadas porque se las percibía como poco estéticas y ordinarias, como las colgadas y las volcadas.

Marita: También en lo musical se permiten algunas cuestiones de mal gusto. ¡Cómo se puede bailar tango con folklore argentino, como la zamba, o con música de moda! El tango es el tango…

Jorge: Pero lo peor es la falta de respeto. ¿Nunca recibiste una patada en la milonga? Se puede chocar con los que bailan  estilo milonguero, pero no te dan un puntapié y no desgarran vestidos con los boleos altos. Hace poco quise hacer un paso lateral y tenía la pierna de un bailarín entre las mías. ¡Esto no es para nada tango!

¿Qué desean para el tango de hoy en día?

Marita: Más respeto, milongas como las de antes, en las que muchas personas podían bailar juntas armónicamente y tenían consideración entre sí. Que todos conozcan las reglas no escritas y que sepan cómo deben moverse en la pista.

Jorge: Marita, no se puede hacer retroceder al reloj, el ayer ya pasó. Deseo más sensibilidad musical. Los alumnos no deberían bailar todo, sino solo aquello que les gusta. ¡A veces hasta se baila la cortina por miedo a perder el lugar en la pista!

Jorge, a veces tu intransigencia hasta me da un poquito de miedo.

Jorge: Sí, sé que soy así. A veces estoy harto de comportarme como el Batman del tango. Pero no puedo cambiar, simplemente no puedo soportar que no se respete al tango.

Además, lo vi en mis maestros: Te lo decían en la cara cuando metías la pata y te probaban todo el tiempo. Podías ir a la milonga recién cuando consideraban que estabas maduro para eso. Y recién se lo está cuando uno se puede mover en la pista y eso tarda años. Tal vez corra peligro de perder alumnos porque soy muy estricto. Pero aquellos que se quedan, llegarán a algo. Son perseverantes y eso es lo que se necesita en el tango.


 [i] José ‘El Turco’ Brahemcha (1931-2010), a quien la madre le recomendó cuando tenía 16 años que fuera a bailar tango para relacionarse con chicas. Junto con ‘Petróleo’ y Luis ‘Milonguita’ Lemos, fue uno de los creadores y representantes del estilo “Villa Urquiza” —al que marcó en forma decisiva—, y que combinaba armónicamente la elegancia y la caminata suave con la música. Cita: “Bailar tango no es hacer una figura tras otra, es lo que ocurre entre figura y figura”.

[ii] Estilo “Villa Urquiza”: Es una variante del tango de salón; un estilo conocido por su elegancia y virtuosismo, con muchos enrosques y lápices, que se desarrolló en los años cuarenta y que recibió su nombre del barrio, en el norte de Buenos Aires, en el que surgió.

[iii] Carlos Alberto ‘Petróleo’ Estevez (1912-1995), milonguero legendario de Villa Devoto, no pudo bailar a partir de 1988 por motivos de salud. “Inventó” el giro, el giro con enrosques, boleos y muchos más y modificó al tango radicalmente. Cita: “La gente cree que va a un maestro que le enseña algo y que vuelve bailando. Yo le puedo enseñar a un alumno el movimiento, pero el sentimiento lo debe aprender solo. El tango es un baile que se tiene que inventar.”

[iv] Gerardo Portalea (1928-2007), legendario bailarín de salón, milonguero y representante del estilo “Villa Urquiza”, que es famoso por su estilo de baile lento y elegante, con muchas pausas. Cita: “Un tango tiene que tener cuatro elementos: personalidad, elegancia, musicalidad y una figura única con la que diferenciarse de todos.”.

[v] Carmencita Calderón (1905-2005), comenzó a bailar tango cuando tenía 13 años, en 1933 se convirtió en pareja del legendario ‘El Cachafaz’ en la primera película sonora de tango; a los 100 años bailó en público en la milonga “La Baldosa” con Jorge Dispari. Cita: “El tango viene de los barrios humildes, no del parquet. En el momento en el que se deje de ver o de sentir eso, el tango habrá muerto”.

 E-Mail: jorgeylaturca@hotmail.com