Nota escrita por Ute Neumaier, Buenos Aires, publicada en la revista alemana Tangodanza, Nro. 42, abril 2010.
Lo que en Europa adorna casi todos los calendarios de tango se ofrece en vivo en Buenos Aires cada dos cuadras. En Florida, en la Boca o en San Telmo, a veces muy bueno; otras, más bien berreta: el tango callejero. ¿Una bochornosa escenificación para turistas o un entretenimiento que hay que tomar en serio? ¿Una cursilería o arte? ¿Detenerse o seguir caminando?
Lo miro con más rigurosidad, En Florida, la calle comercial más antigua de Buenos Aires, escucho desde lejos el tango que resuena de un equipo a todo volumen. En la esquina con Lavalle, me encuentro con José Carlos Romero, alias Carliño, y su compañía que ofrecen tango callejero.
Sobre la alfombra de PVC verde todo es color y movimiento. Cuatro parejas de baile; las mujeres enfundadas en vestidos con grandes tajos, muestran la evolución del tango, empezando por el arrabalero del mundo de los rufianes, pasando por el canyengue, el tango salón y el escenario, hasta llegar al tango nuevo. A esto se le agregan muestras de folklore y de salsa. Se nota que aquí están trabajando profesionales. Los transeúntes se llegan a quedar hasta dos horas, que sosteniendo bolsas con compras en sus manos, miran fascinados o participan de buen grado.
Sentí curiosidad y me cité con Carliño y una de sus bailarinas en 36 Billares, que junto con el Tortoni y Las Violetas, es uno de los cafés más antiguos de la ciudad. Carliño vino de Brasil hace 23 años, pero baila como un auténtico porteño. ¡A dónde ir, si no es a Buenos Aires, cuando se quiere bailar! En sus inicios fue bailarín de folclore, aprendió el tango en la década del ochenta de la mano de quienes hoy son los grandes del tango de su generación. Durante mucho tiempo fue bailarín profesional, hoy solo está los fines de semana en 36 Billares.
Ana González, de profesión psicóloga, pero bailarina de corazón, se presenta desde hace cuatro años con Carliño. Hoy viene directamente desde el trabajo, sin una gota de maquillaje y entonces conozco su otro rostro. Ayer era la bailarina glamurosa, hacía volar las piernas, dejaba que levantaran su grácil figura y hacía circular el sombrero, tan importante. Ana se divierte mucho con el tango callejero, disfruta el contacto con el público, lo espontáneo. Le costó un poco superar la cuestión del sombrero, pero entretanto lo pasa entre la muchedumbre con mirada orgullosa. ¡No es posible que alguien mire un show de dos horas y se vaya sin dejar una colaboración!
Carliño está siempre ahí, desde hace diez años, de lunes a viernes, a partir de las 20.00 hs. Al principio solo bailaba con su pareja. Hoy en día, sus presentaciones son cada vez menos frecuentes, pero cuando lo hace, viste siempre un traje elegante y usa preferentemente sombrero. Prefiere hacer las presentaciones y mantener el control de todo. En otros shows callejeros, dice Carliño, se muestra el tango de las prostitutas y de los burdeles. Él quiere otra cosa: un excelente nivel de baile, pero al alcance de todos los que no pueden pagar los caros espectáculos tangueros para turistas —buen tango para los bolsillos flacos. “Porque el tango es patrimonio popular”, dice Carliño.
Realmente el tango callejero es mucho más que una escenificación para turistas; se remonta a los orígenes del tango. Antes se lo bailaba en las esquinas de los barrios, debía mantenerse alejado de cualquier otra parte. El tango de Edgardo Donato ¡Oiga! Tango callejero le da su nombre. Algunos incluso hablan del arte callejero más primitivo, de folclore urbano. Es parte permanente de la Fiesta Nacional del Arte Callejero; y en la Gran Milonga Nacional, en diciembre, turistas y porteños bailan en la Avenida de Mayo. Esto también es tango callejero, una expresión del estado de ánimo de una ciudad.
Es por eso también que Carliño y su gente tienen admiradores especialmente fieles: Un masajista está voluntariamente a disposición, día tras día, para el caso de que un bailarín se desgarre, y tres mujeres rondando los 70 cuidan de su bienestar con mate y tortas caseras. A cambio tienen el afecto del grupo y un lugar de pertenencia. Incluso dos admiradores muy decididos pudieron conquistar el corazón de “sus” bailarinas. Y un espectador llamado Pablo compraba flores para las bailarinas, noche tras noche, hasta que un día desapareció sin dejar rastro.
Pero no todo es color de rosa. Cuando el clima les juega una mala pasada, todos los esfuerzos son en vano y se regresa a casa con los bolsillos vacíos. En los días buenos, vale la pena, ya que los bailarines ganan tanto como sus colegas en los shows profesionales. La ventaja del tango callejero es que para Carliño no representa un problema que alguien que estuvo de gira por el exterior vuelva a participar. Solo durante el Campeonato Mundial de Tango, en agosto, se presentan algunos problemas en el equipo, ya que todos los bailarines están muy ocupados ensayando.
¿Si no le quieren disputar el lugar en la esquina? En este punto, Carliño está muy tranquilo porque incluso tiene una autorización del Gobierno de Buenos Aires y la simpatía de los policías y los propietarios de los negocios de alrededor, donde guarda la utilería, el equipo de música y la alfombra, una vez terminado el trabajo. La liquidación se hace en el McDonalds de a la vuelta, donde cada uno vuelve a desempeñar su papel cotidiano. Sean psicólogos, profesores de inglés o camareros: sin un segundo empleo, nadie en Argentina llega a fin de mes, menos aún siendo artista callejero.