El Beso – Muchas mujeres lindas en la primera fila

Nota escrita por Ute Neumaier, Buenos Aires, publicada en la revista alemana Tangodanza, nro. 40, octubre 2009 

Tan solo una marquesina roja muestra el camino que lleva a este mundo aparte, en el que se cruzan algunos de los milongueros más conocidos del centro de la cuidad. En la puerta nos espera Carolina, la amable responsable de la seguridad.  Ella es la persona que debe contabilizar el ingreso de los visitantes, que desde finales de 2004 se encuentra limitado debido a una resolución del Gobierno de la ciudad, por el fallecimiento de 190 jóvenes en un concierto de rock nacional en una sala de espectáculos.

Seis noches por semana El Beso ofrece seis milongas distintas. Por más que los nombres de las milongas y de los musicalizadores cambien, hay algo que permanece igual en Riobamba 416: las reglas de una milonga tradicional y el ambiente único. Por este motivo, El Beso es conocido y amado tanto por los extranjeros como por los porteños.

Una escalera roja nos lleva arriba, hacia El Beso del Domingo. Ya se escuchan los primeros compases de un tango, se pagan los $ 15 de la entrada, y la noche puede empezar.  Detrás de la barra grande se abre un espacio misterioso.

Aun antes de reconocer quienes están bailando, se advierten las sombras de los bailarines en la pista con luz tenue y hábilmente iluminada. Ya se acerca la organizadora, Susana Molina, para recibir al tanguero con amabilidad y acompañarlo a su mesa. Una vez que los ojos se acostumbran a la penumbra, uno puede tentar su suerte y ubicar una pareja para bailar. Porque en El Beso del Domingo, el cabeceo es primordial.

La primera vez que se entra en El Beso, uno se siente casi intimidado y tiene la impresión de que cada movimiento lo descubre como nueva figura del lugar. Parece que todos se conocen desde hace siglos, por más que prácticamente no se hablen. Pocas palabras se intercambian entre tango y tango, cualquier conversación más larga ya quedaría colgada en el aire, incompleta e interrumpida por la música de la tanda. Quien va a El Beso lo hace para bailar, no para hablar. Hay un ambiente de alta concentración. Se baila muy bien, en un espacio muy reducido, de forma minimalista y apretada. Carlos Gavito, legendario milonguero y habitué del lugar –ya fallecido– estaba convencido de cuanto más alto es el nivel de baile de una milonga, menos se habla.

Rápidamente, uno se da cuenta de quién es importante en El Beso del Domingo y quién no. A la derecha de la pista, está la mesa de los milongueros, que es como una institución en la milonga. Estos señores, la mayoría de edad avanzada, son la creme de la creme de la milonga tradicional, son las prima donas masculinas del tango. Dan el tono, bailan poco y muy bien y observan todo lo que ocurre en la pista y a su alrededor. Quien rompe las reglas sagradas será sancionado con una dura mirada, no dispuesta al perdón.  Estos milongueros y cuidadores silenciosos de la tradición en la milonga son personajes únicos de la noche porteña. No se puede imaginar esta milonga sin la presencia del Flaco Dany, El Nene, Tete, Tito Rocca, Tito Franquelo o el Pibe Sarandí.

Las damas están sentadas un poco apretadas a la derecha y a la izquierda de la pista. A veces hablan entre sí, disimuladamente, pero, en general, su mirada va dirigida de forma concentrada hacia los hombres a través de la penumbra. Estos están sentados en los extremos de la pista y miran, aparentemente sin gran interés, hacia las mujeres. Al novato siempre le parecerá extraordinario el hecho de que parejas de baile se puedan encontrar, en realidad, casi en un solo instante, en medio de esta penumbra y a pesar de estas distancias. Pero sí, es posible, El Beso lo comprueba una y otra vez. Algunos no pueden prescindir de sus anteojos en tales condiciones de luz, sin embargo, antes de salir a bailar los dejan con cuidado en la mesa y, al volver, se los colocan otra vez: ¡Abran juego!

Los bailarines se mueven en la pista que, en general, siempre está repleta. Pareciera que bailan conectados por un código secreto. Las numerosas parejas se amalgaman y asemejan una masa movida por una sola fuerza: la música. Esto tiene algo sublime; es el criterio más importante de una milonga tradicional: 130 personas unidas a través de la música.

El musicalizador o la musicalizadora están en un lugar más elevado, una especie de casilla del DJ y, desde allí, observa lo que pasa en la pista. La música que ponen los DJ en las distintas milongas de El Beso, algunas veces es dinámica y otras veces, más apacible, pero siempre se escuchan tangos tradicionales. Tango Nuevo, en El Beso, se escucha, sí se escucha, solo entre las tandas, como cortina.

A parte del tango en El Beso del Domingo, también se pone una tanda de rock and roll. ¡Y esto puede despertar gran interés! Es un momento en el que los milongueros, otra vez, revelan su verdadera maestría y bailan, desenvueltos y bacanes, con la música de su juventud. El extranjero, en general, se sorprende al ver la variante argentina del rock: en la Argentina no se salta como en otros países, sino que la mujer se desliza alrededor del varón como si estuviera yendo sobre carriles moviendo su cadera de manera muy sensual de un lado al otro. ¡Qué espectáculo!

A quien, en hora avanzada, tuviese deseo de comer algo, puede disfrutar por partida doble: mientras que el movimiento de la pista lo entretiene, puede saborear un snack de la excelente cocina del lugar.

Se recomienda reservar antes de concurrir, porque el Beso del Domingo es siempre muy frecuentado. A un verdadero adicto del tango ni siquiera la crisis mundial ni la gripe porcina lo pueden alejar de su milonga preferida. Pero Susana aún recuerda como fueron los comienzos de El Beso del Domingo. Al principio Carlos Gavito le dio el consejo de sentar la mayor cantidad de mujeres lindas en la primera fila, bailasen o no. De esta manera, según Gavito, los hombres no tardarían en llegar también. Y así fue en el Beso del Domingo.

Traducción: Ute Neumaier