'Bailar bien', un universo en perfecta armonía - Entrevista a Fabián Peralta y Virginia Pandolfi

Nota escrita por Ute Neumaier, Buenos Aires, publicada en la revista alemana Tangodanza, Nro. 42,  abril 2010

Buenos Aires, Abasto. Acá se encontraba el mercado proveedor de frutas y verduras de la ciudad, acá correteaba Carlos Gardel en su infancia. En la Escuela Carlos Copello, hay un ir y venir: una clase para niños empieza, una para adultos termina; ritmos de folclore y de rock se mezclan con los compases de un tango. A Fabián Peralta y a Virginia Pandolfi no les molesta. Los que viven en la tercera ciudad más ruidosa del mundo no suelen ser sensibles a esto.

Fabián (36) y Virginia (25) son pareja de baile desde 2006. El humor seco de Fabián complementa muy bien el carácter alegre y enérgico de Virginia acentuado por su encantadora tonada cordobesa.

¿Desde cuándo bailan?

Fabián: Empecé a bailar folclore a los 6 años. A los 23, comencé con tango salón. Aprendí mucho de Mingo Pugliese, de Miguel y Osvaldo Zotto, y de Carlos Pérez. Este estilo es el que más me gusta. Es un baile sensual, se trata de la comunicación y de la conexión entre la pareja.

Virginia: A partir de los 4 años, tomé clases de ballet. A los 19, empecé con el tango escenario hasta que encontré a Fabián. Él le dio un giro de ciento ochenta grados a mi percepción del baile.

Fabián, decís que aprendiste mirando. ¿Cómo hiciste?

Fabián: Noche tras noche, iba al Sunderland y absorbía todo lo que veía: los códigos, cómo las parejas se movían en la pista, su manera de caminar y de girar. Sí, los ojos fueron mis maestros, aprendí de la misma forma que «los viejos». Técnicamente hablando, el baile se compone de distintos elementos básicos. Si el varón aprendió estos elementos, surge el verdadero arte de combinarlos a su manera.

¿Cómo llegaron al tango y de qué manera se desarrollaron, desde entonces, como bailarines, artistas y maestros?

Fabián: A los 23, me lastimé la rodilla. Así llegué al tango. Era una forma de seguir bailando sin tanto esfuerzo físico. No podía dejar de bailar porque era mi manera de ganarme la vida.

Viví, durante mucho tiempo, del tango escenario; pero, en mi corazón, seguía siendo bailarín de tango salón. Después de 10 años en espectáculos, buscaba nuevos caminos. Empecé a hacer exhibiciones en milongas y, al poco tiempo, a enseñar como asistente de Osvaldo Zotto y Lorena Ermocida. Desde 2004, doy clases en la Escuela Carlos Copello.

Con mi pareja de baile de aquel entonces, Natacha Poberaj, en 2006, ganamos el Campeonato Mundial de Tango, en Buenos Aires, en la categoría Tango salón.

Virginia: En 2006, participé en el mismo Campeonato, pero en Córdoba. Ganamos y, por lo tanto, pudimos participar en la final, en Buenos Aires. ¡Fue una alegría! Enseguida nos quisieron contratar para un espectáculo, pero tuvimos que volver a Córdoba, aunque ya nada me retenía allí. Luego, me fui con el pretexto de cursar la carrera universitaria de baile en la Universidad de Buenos Aires. A esto mis padres no se podían oponer. Después, encontré a Fabián, quien, desde entonces, influyó en mi camino como bailarina y como maestra enormemente. Desde 2007, enseñamos juntos. Dos veces por año, viajamos por un tiempo largo y participamos en festivales en Japón, Corea, España, Inglaterra y Holanda.

¿Cómo se conocieron?

Virginia: En Canning. En ese momento, no me sacaban mucho en la milonga porque era nueva. Así que, varias veces, me quedaba sentada y fumaba. ¡Algo tenía que hacer! Una noche, Fabián vino a mi mesa, me invitó a bailar y me preguntó si tenía pareja de baile. Obviamente tenía, pero le mentí. ¡No quería perderme esa oportunidad!

Fabián: Me gustaba como bailaba. Buscaba una pareja que no tuviera vicios, cuyo baile no estuviese aún determinado y con la que pudiera elaborar algo nuevo.

Virginia: Empezamos a ensayar. Yo había pensado que seríamos iguales. ¡Pero no! Fabián era el que dirigía. Entonces, enseguida tuvimos conflictos, pero, como soy una luchadora, me sequé las lágrimas y continué.

En 2008, participaron juntos en el Campeonato en la categoría Tango escenario. ¿Cómo fue esa experiencia?

Fabián: La novedad fue armar una pequeña comedia. Trabajamos como burros durante ocho meses en una obra de teatro de tres minutos. Había una sola bailarina con la que se podía hacer esto, y esa era Virginia, porque tiene algo cómico (sonríe). Salimos quintos. Pero lo más importante fue la experiencia en sí.

¿Cómo se describirían como maestros? ¿Qué es lo que les importa?

Fabián: Somos bailarines de tango salón, bailamos con un abrazo cerrado y tenemos una fuerte influencia milonguera.

Virginia: Queremos que nuestros alumnos aprendan a expresar la sensación y la energía de cada tango a su manera. Somos muy detallistas. Alguien dijo que nosotros éramos los «maestros del detalle». Es verdad, son cositas mínimas pero decisivas que hacen que el baile sea lindo y distinto.

Fabián: Nos importa también la onda que hay en la clase. Con buena onda, se aprende más fácilmente. Somos famosos en el ambiente del tango, pero somos del mismo palo que nuestros alumnos.

Han desarrollado una técnica propia. ¿Cómo llegaron a ella y qué es lo que tiene de particular?

Fabián: Durante muchísimo tiempo, estudié los movimientos de otros bailarines, sobre todo, la caminata particular de los grandes «viejos», y miré una infinita cantidad de videos en cámara lenta. Todo esto se juntó en nuestra técnica.

Virginia: Está basada en una forma particular de disociación del cuerpo, una conexión entre la pareja muy intensa y un continuo cambio de la dinámica. El elemento fundamental es la caminata. La intención con la que sale cada movimiento está siempre adelante, empieza por el pecho y desde allí se va extendiendo. Mientras baila, no hay ni un momento en el que la pareja no esté conectada, y esto hace que el placer de bailar sea más intenso.

Como bailarines, ustedes tienen una velocidad y una musicalidad increíbles. Cuando los pies de Virginia vuelan y cada movimiento se ajusta perfectamente a la música, yo me quedo helada.

Fabián: La música siempre fue lo más importante para mí. Cuanto más la estudiás, más notás que cada instrumento es un universo en sí y que te da diferentes señales que se comunican con distintas partes del cuerpo. Si prestás atención a eso, bailás distinto. Por ejemplo, cuando la música hace primero «tiiiiiiing» y después «titititiiing», hay que expresarlo con el cuerpo. Eso es el arte. No se trata tanto de los movimientos, sino de la energía de la música. A partir de esto, se desarrolló nuestro concepto.

¿De qué se trata?

Virginia: Es una forma de ordenar la música. Clasifica las frases en elementos básicos, a los que llamamos «bases», y en elementos unificadores, a los que llamamos «conectores». Son nombres que les pusimos nosotros para no contradecir los conceptos de los músicos.

Fabián: En primer lugar, se trata de aprender a escuchar de otra manera. Si captás el comienzo y el fin de una frase, es muy fácil sincronizar una secuencia de pasos con ella.

Virginia: El carácter y la energía de una frase determinan el tipo de movimientos, o sea, uno se mueve distinto si es una frase melódica o una rítmica.

No me parece fácil diferenciar los distintos elementos de la música.

Fabián: Es verdad, tenés razón, pero vale la pena aprenderlo. Te da más sensibilidad y hace que tu baile sea más expresivo. Decime, ¿qué  parejas son las que no podés dejar de mirar? Son aquellas cuyo baile está en armonía y en consonancia con la música.

¿Qué les aporta esto a sus alumnos?

Virginia: Mediante esta nueva manera de escuchar la música, nuestros alumnos pueden redescubrir el tango por más que bailen desde hace años.

Fabián: Encuentran el movimiento que corresponde, y esto aumenta mucho el placer de bailar.

Virginia, en Alemania ¿vas a dar clases de técnica para mujeres también? Tu manera de caminar es asombrosa, parece que las piernas te empezaran en el cuello.

Virginia: Sí, voy a enseñar también técnica femenina. Trabajaremos tanto eso como la musicalidad para la mujer. Veremos cómo se colocan los adornos correctamente, en qué momento, cuáles son los distintos tipos, los melódicos, los rítmicos, etc.; cómo se puede ser elegante y tener ritmo y velocidad con los pies; cómo se deja fluir la música en cada parte del cuerpo.

Fabián, cuando Virginia no está, vos das la clase para mujeres en su lugar. Eso me sorprendió. ¿Qué es lo esencial de la técnica para mujeres?

Fabián: Yo desarrollé esta técnica, por lo tanto, la debo manejar. La caminata de la mujer debe dar la sensación de que nunca termina, como si no hubiera ni comienzo ni fin, como si no se detuviera. El hecho de que las piernas parezcan mucho más largas se debe al principio de rotación que inicia los movimientos del cuerpo. Según este, las piernas no empiezan en la cadera, sino mucho más arriba.

Virginia: También es algo particular que, mediante la manera de colocar los pies, cada paso termine siendo un adorno.

¿Cómo se siente bailar juntos después de tanto tiempo?

Virginia: Me siento segura. Fabián es un caballero, es atento y me hace sentir protegida. A veces, perdemos la conexión porque nos peleamos antes y el enojo sigue presente. Entonces, nos reencontramos en el baile. Lo más sublime es cuando llegamos a ser uno. ¡Para eso bailamos! Es la unión total ¡sin palabras!, ¡es mágico! Después te preguntás cómo fue posible.

Fabián: No lo puedo describir. Es como una ausencia de mí mismo.

¿Se podría decir que bailar, para ustedes, es, en primer lugar, la conexión con la música?

Fabián: Es mucho más que eso. Es un todo. Si mirás a Osvaldo y a Coca bailando Poema, ves justamente eso. O a Gloria y a Eduardo Arquimbau cuando bailan Ataniche. Nadie más puede hacer lo mismo, es único. Se siente que son lo que son y que hay una conexión inigualable. Es la unión entre mujer y hombre, música, espacio y movimiento. Quien es capaz de combinar todo eso, crea un universo en perfecta armonía. Eso significa, para mí, «bailar bien».

Traducción: Ute Neumaier