Gabriela Elías y Eduardo Pérez - Sobre el poder del tango de derribar fronteras.

Nota escrita por Ute Neumaier, Buenos Aires, publicada en la revista alemana Tangodanza, Nro. 54, marzo 2013.

La luminosa Escuela Argentina de Tango, ubicada en el histórico y magnífico edificio de las Galerías Pacífico, en el microcentro porteño, es parte del Centro Cultural Borges. En ella se enseña tango los siete días de la semana, de 11 a 21. Y aquí enseñan Gabriela Elías y Eduardo Pérez, los especialistas en milonga de Buenos Aires. Una vez finalizado el precalentamiento, comienzan las secuencias juguetonas que caracterizan su modo especial de bailar milonga. Pero no estaríamos en su clase si no hubiese ese tira y afloja de cómo se debe bailar la secuencia. Pero detrás de esta aparente desavenencia, se presiente a dos profesionales, personas y bailarines muy familiarizados el uno con el otro y una pareja de maestros con muchos años de experiencia juntos. Charlaron con Ute Neumaier sobre su trayecto profesional y el mundo tanguero de hoy y de antaño.

Quien hoy en Buenos Aires dice ‘milonga’, piensa en ustedes. ¿Cómo es que lograron esto?

Gabriela: Recién después de diez años de bailar tango, me interesé por la milonga y, en 1995, aprendí con Pepito Avellaneda milonga con traspié durante todo un año. Después le propuse a Edu que nos especializáramos en milonga. A partir del 2001, tomamos clase con Omar Vega y con todos los maestros de milonga que pudimos encontrar y también hicimos una incursión en el tango nuevo.

Eduardo: Al principio, seguíamos enseñando tango, vals y milonga. Estuve de acuerdo con la propuesta de Gabi, además, de esta forma queríamos destacarnos de otros maestros.

Los conozco de la milonga y de las clases, pero jamás los hubiera relacionado con tango escenario.

Gabriela: Pero el escenario es nuestro origen. Tengo una formación de danza clásica y durante 26 años bailé en el show de Mariano Mores, el famoso director de orquesta, pianista y compositor. Dirigí su compañía de baile y formé parte del jurado del Campeonato Mundial de Tango, en las categorías tango escenario y tango salón.

Eduardo: Yo, en cambio, provengo del folklore. Desde que tuve cuatro años formé parte del grupo folklórico de mi madre. Así es que desde muy temprana edad estuve sobre el escenario y siempre me sentí muy cómodo ahí. Cuando tenía 16, aprendí de mi madre los primeros pasos de tango y, a los 23, comencé a bailar tango salón con los Dinzel.

Gabriela: De 1996 a 2012 bailamos juntos en el show de Mariano Mores, viajamos por todo el mundo y nos presentamos en los teatros más importantes. Claro, allí me mostraba de una forma diferente a la de ahora, usaba medias de red, vestidos con un gran tajo y pestañas postizas.

¿Dónde se encontraron por primera vez?

Gabriela: Fue en 1996, en una milonga. Eduardo sabía que yo buscaba una pareja de baile y me sacó a bailar. Le pregunté si quería ser mi pareja y comenzamos a ensayar.

¿Y cómo se convirtieron los bailarines de escenario en maestros?

Gabriela: En ese mismo año comenzamos a enseñar juntos. Entretanto, ya han transcurrido 16 años ininterrumpidos. ¡Parece mentira! Para algunos bailarines, dar clases es un recurso de emergencia; para mí, es una vocación.

Eduardo: Yo, en cambio, prefería ser bailarín. Pasó un tiempo antes de que empezara a tomarle el gusto.

Ustedes enseñan estilo milonguero. ¿No tienen los bailarines de escenario una tendencia a enseñar el tango salón?

Gabriela: La primera decisión fue no enseñar tango escenario. Queríamos transmitirles algo a los principiantes, no solo a los bailarines profesionales. Pero al principio seguimos enseñando tango salón tradicional, con ganchos, lápices, el molinete, etc.

Eduardo: Pero queríamos que nuestros alumnos se supieran desenvolver en una  milonga. El tango salón, antes, se bailaba mucho más abierto que hoy en día; por eso no era demasiado apropiado para una milonga muy concurrida. Pero el estilo milonguero, bailado en un espacio  reducido, en el que los cuerpos nunca se separan, se adapta mejor a una pista de baile abarrotada.

En las clases que dan siempre se producen ‘escaramuzas verbales’ porque no se ponen de acuerdo y esto, por lo general, genera buen humor.

Eduardo: Es cierto, y está bien que sea así. Me parece que la clase de tango no debería ser tan seria. Quien ríe, aprende más rápido. Los alumnos tienen que divertirse, perder su miedo a bailar milonga.

Gabriela: Siempre jugué el papel de sabelotodo y Edu, el de bromista. Pero lo que nuestros alumnos siempre dicen es: ¡Qué buen método!

¿Y qué es lo que caracteriza las clases que dan, el método que usan?

Eduardo: Nuestra experiencia como maestros, la forma en que enseñamos las secuencias por partes y las transmitimos en diferentes tiempos, y nuestro modo de corregir en forma individual. Esos deben ser los motivos que hacen que la mayoría de nuestros alumnos vengan porque nos recomendaron.

Gabriela: Lo más importante para mí es la claridad. Transmitimos que no todo sucede porque sí, sino que todo tiene una explicación y sigue una lógica. Y que enseñamos una milonga que no parece tan complicada, sobre la que nuestros alumnos piensan: “Eso también lo puedo hacer yo”.

Eduardo, una vez dijiste que aprendiste todo de Gabriela. ¿Cómo debo entenderlo?

Eduardo: Claro que antes yo sabía bailar, pero ella modificó mi baile desde otro lugar. Me dijo: “necesito esto y aquello de vos”. Al comienzo, esto no me gustó nada porque yo estaba muy enfocado en mi papel de líder, pensaba en lo que quería marcar, en mis pasos. Gabi me enseñó a pensar en la mujer, en los impulsos que ella necesitaba para poder bailar lo que yo había marcado. ¡Pero primero tuve que entenderlo! Por lo general era así: Algo no le gustaba de mi forma de llevar, de mi abrazo y yo, en un primer momento, me resistía. Pero luego lo probaba con otra bailarina y comprobaba que funcionaba mejor. Eso me convenció (se ríe).

Gabriela: En verdad, ‘obligué’ a Edu a hacer muchos cambios porque yo aportaba otra mirada. Pero también porque en esa época no me quedé estancada, sino que adapté una y otra vez mi baile a las modificaciones que sufrió el tango a la largo de las décadas. Antes nunca se hablaba, por ejemplo, de que el abrazo del hombre debía ser agradable para la mujer; pero hoy, sí. Claro que la modificación  de mi baile también incidió sobre Edu. Pero a veces también terminaba en una catástrofe; yo decía ‘negro’; él, ‘blanco’. No es fácil para un hombre dejarse decir algo sobre la forma en la que lleva y aceptar que la mujer dispone de informaciones que él no tiene.

Hace tres años se separaron como pareja en la vida. En Buenos Aires siguen enseñando juntos; en el extranjero, Gabriela, viajás sola. ¿Te resultó difícil hacerlo?

Gabriela: Mis colegas me alentaron y me dijeron: ¡entonces seguí sola! No fue difícil porque desde un principio también había enseñado sola, ya que Edu no estaba disponible durante el día. Difícil fue que después de nuestra separación hubo organizadores que solo nos querían en ‘paquete doble’. Era normal que eso sucediera, pero luego me contactaron otros organizadores y hoy me hice un nombre sola en el extranjero.

¿Por eso aprendiste el papel de hombre?

Gabriela: Lo bailo desde hace 16 años porque quien como mujer da clases sola, debe dominarlo. Los primeros diez años no tenía interés, ni siquiera sabía el paso básico. Hoy me encanta. Pero solo en clase, en la milonga bailo como mujer.

¿Y qué le transmitís al hombre a partir de esa experiencia?

Gabriela: El hombre debe dar impulsos claros, pero también dejarle posibilidades a la mujer. Porque así ella despliega su libertad y creatividad.

Eduardo: Considero que el hombre debería sorprender a la mujer. Obviamente, requiere una buena técnica y una buena marca, pero también me parece  importante que su baile tenga  musicalidad, que su abrazo sea relajado y bello y que pueda disfrutar lo que está marcando…

¿Y qué caracteriza a una buena bailarina?

Gabriela: En primer lugar, una buena ‘follower’ debe dejarse llevar. O sea, que no se trata de algo exterior, sino más bien de una actitud interior que le permite a la mujer traducir en movimientos los impulsos que recibió del líder. En mis seminarios sobre técnica para mujeres le doy mucha importancia al trabajo postural y a la reacción de todo su cuerpo al hombre que la lleva. Recién después viene lo que se ve desde afuera: los pies. Es cierto que para hacer adornos la mujer debe aprender los movimientos, pero no debe ser nada estudiado de memoria. Debería jugar con la música y dejar que los adornos surjan de la energía misma del baile.

Eduardo: Para mí, la mujer necesita rapidez y reacción inmediata. Y debe  apoyar sus pies muy suavemente, de manera que el hombre apenas lo sienta. Una vez bailé con Alejandra Mantiñán. ¡Fue increíble! Tenía la sensación de que era incorpórea, que solo estaba hecha de energía.

Ustedes pertenecen desde hace muchos años al mundo tanguero. ¿Cómo se han modificado desde entonces los roles del hombre y de la mujer?

Gabriela: Hace 20 años era inimaginable que una mujer diera clases sola. Pero las parejas de baile a menudo se separan porque la relación con la pareja de baile es tan difícil como la de una pareja en la vida. También porque afloran tantas cosas cuando los cuerpos están tan próximos. La mujer hizo de la necesidad una virtud y se dijo: Si no quiero depender de nadie, debo dominar el papel del hombre. La mujer se arremangó y aprendió lo que debía aprender. En lo que a esto se refiere, en Buenos Aires todavía estamos un poco atrasados y es impensable que una mujer lleve en una milonga tradicional. En las prácticas, en clase y en milongas gay, sí; pero en otros lugares, no. En el extranjero, precisamente en Alemania, todo es más libre.

Eduardo: Antes, el hombre era más el que llevaba y la mujer, más la que seguía. Hoy la mujer tiene un papel mucho más importante que hace 15 años, cuando bastaba que hiciera aquí y allá un gancho y que mostrara sus piernas. Actualmente se habla de una estética propia de la mujer, de adornos y de técnica para mujeres, etc. Hoy, los hombres aprenden con más intensidad a través del feedback de la mujer, especialmente, si tienen una pareja permanente. Esto era impensable en el mundo tanguero chauvinista de antaño. El hombre decía cómo había que hacer y ella debía seguirlo. Por eso antes, cuando había una presentación de baile, solo se nombraba al hombre, la mujer era apenas un accesorio.

¿Qué otra cosa cambió en el mundo tanguero?

Eduardo: Casi no había turistas y muy pocas milongas, como el Club Almagro, el Sin Rumbo, Canning y Sunderland. Las milongas son mucho menos estrictas. Antes, por ejemplo, no se podía ingresar a ningún lugar en zapatillas. También cambió la música. Hoy se escuchan orquestas que hace veinte años no se escuchaban en ningún lado. A Edgardo Donato se lo pone desde hace unos cinco años. Todavía no había CD en el mercado y aún no se había editado a muchas orquestas. Uno tenía un disco, se lo grababa en casete y lo entregaba, y así se escuchaba a nuevas orquestas. Pero se ponía sobre todo a D’Arienzo y Caló, de vez en cuando a Canaro.

Gabriela: Cuando comencé en 1986, todavía no había academias de tango. Los maestros eran los milongueros, como Antonio Todaro, Miguel Balmaceda, Finito, Gerardo Portalea, etc. Uno de ellos, Raúl Bravo, fue mi primer maestro. Pero todavía no había una didáctica para la clase como hoy en día. Los buenos bailarines estaban de gira en el exterior con el show Tango Argentino; por eso, fuera de Argentina, se conocía solo el tango escenario y no el tango social. Recién en 1990 viajaron los primeros maestros argentinos al exterior y entonces cambió algo esa percepción.

¿Cómo ven la evolución y el futuro del tango?

Gabriela: Alguien me dijo en 1993 que el tango moriría. Por suerte, esto no pasó. Aunque la cuna del tango es Buenos Aires, el auge vino en realidad por los turistas. El punto culminante fue hace dos o tres años, entonces había tango y alumnos por doquier y todos los maestros tenían suficiente trabajo. Ahora hay una especie de estancamiento, seguro también debido a la crisis económica mundial.

Eduardo: Yo creo que va a ser difícil en Argentina. Hoy los diferentes estilos se aíslan demasiado uno de otros y los bailarines de cada estilo permanecen entre sí; y no se mezclan. Quizás porque en los últimos 25 años las clases se hicieron mucho más técnicas que antes, ya que cada estilo tiene su técnica propia y todo se hace en forma mucho más didáctica.

Gabriela: Esto es diferente en el exterior. Veo en Europa otra forma de bailar que me gusta mucho, pues los diferentes estilos se fusionan. Allá los alumnos no tienen demasiadas posibilidades de encontrar a varios maestros dentro de una corriente. Aprenden diferentes estilos simultáneamente y el resultado es bueno: un tango de alto nivel, muy rico rítmicamente.

El año pasado, Berlín realmente me impactó: un elevado nivel de baile, milongas fantásticas y una interesante mezcla de estilos. El momento más lindo durante mis giras es cuando estoy en algún lugar del mundo donde la gente habla otro idioma y allí experimento cómo bailan nuestro tango al ritmo de nuestro canto, de nuestro idioma. Sentir cuanto se quiere y disfruta el tango en el extranjero, que tiene en Buenos Aires sus raíces, es un sentimiento increíble. Deseo de todo corazón que el tango nunca pierda ese poder que lo caracteriza: el de derribar fronteras.

Contacto: gabrielayeduardo@gmail.com

Clases en Buenos Aires:

Gabriela und Eduardo: Porteño y Bailarín, domingos de 21:00 a 22:30 y  workshops de fin de semana en la Escuela Argentina de Tango: info@eatango.org

Gabriela: lunes, 16:00 a 17:30, miércoles y viernes: 11:00 a 12:30 in der Escuela Argentina de Tango