Carlos y Maria Rivarola - Una realidad que parece un sueño

Nota escrita por Ute Neumaier, Buenos Aires, publicada en la revista alemana Tangodanza, Nro. 44, octubre 2010.

María y Carlos Rivarola fueron testigos de cómo se abrieron las puertas del mundo para el tango. Lo vieron casi desaparecer en Argentina y lo acompañaron cuando emigró. Como protagonistas del show Tango Argentino, contribuyeron a que el tango reviviera en el extranjero y conquistara al mundo entero. Bailaron en los grandes escenarios internacionales y en varias películas. Carlos fue el coreógrafo de la ópera María de Buenos Aires, de Piazzolla-Ferrer, dirigió el Ballet Folklórico Nacional y dio clases en el Instituto Universitario Nacional de Arte. Hoy, María y Carlos son miembros de la Academia Nacional del Tango.

Me encuentro con ambos en Los Angelitos, cerca del edificio del Congreso, sobre Rivadavia, una de las avenidas más largas y ruidosas de la ciudad, que divide al norte —económicamente mejor situado— del sur —socialmente más vulnerable—.El café histórico, al igual que María y Carlos, han vivido los altibajos de Buenos Aires.

Visto desde la actualidad, el show Tango Argentino marca muy claramente un punto de inflexión en la historia del tango. Quién sabe si yo, como alemana, me hubiera convertido alguna vez en una apasionada bailarina de tango si no hubiese sido por ustedes. En aquel entonces, ¿cómo lo percibieron ustedes?

Carlos: Cuando en 1983 entramos a la compañía de Tango Argentino, no nos hubiésemos atrevido a imaginar siquiera que ese show haría resucitar al tango. En Argentina, el regreso a la democracia, después de los años oscuros, era aún muy reciente y nosotros partimos al extranjero. Nuestra primera presentación fuera de Argentina tuvo lugar en el teatro “Châtelet de Paris”; luego, en 1985, le siguió Nueva York. Fue un tiempo inolvidable. En el tango y también en nuestras vidas hubo un antes y un después. Permanecimos seis meses enteros en Nueva York, bailamos los siete días de la semana y el show estuvo completo noche tras noche. ¿Te lo podés imaginar?

¿Por qué ese show fue el gran éxito para el tango argentino?
Carlos: Tango Argentino mostró otra estética, totalmente desconocida fuera de Argentina, y la elegancia de la milonga. La presentada en Broadway era más bien colorida, chillona y sensacionalista; el tango que se conocía allí era una versión americana con polleras cortas, pelucas, etc. Este show discreto, suave y elegante también cautivó a todos en Europa. La gente se quedaba sin habla ante ese tango al piso y el abrazo cerrado de la pareja, ante la rapidez y la destreza de los pies de los bailarines y los adornos sensuales de la mujer. El mundo todavía no había visto eso.

Los directores del show, Claudio Segovia y Héctor Orezoli, supieron mostrar el punto fuerte de cada uno de los artistas; eso contribuyó en gran medida al éxito de Tango Argentino. Cada bailarín podía expresar en forma individual su pasión por el tango, y la transmitía directamente a los espectadores.

Tango Argentino mostraba bailarines que vestían esmoquin negro, con gomina en el pelo peinado hacia atrás; bailarinas que lucían vestidos sobrios, pero impresionantemente elegantes. Era “el” evento que devolvía la vida a nuestro tango, al auténtico, y que lo llevaba al mundo entero. A partir de ese show, se gestaron otros como Tango Pasión y Forever Tango. En aquella época, todavía no había milongas en el extranjero.

¿Cómo reaccionaban las personas ante ustedes?
Carlos: París fue conmovedor. Había tantas personas de nuestro país que habían tenido que huir del terror de la dictadura militar. Ellos volvían a descubrir en nuestro trabajo sus raíces, nosotros les llevábamos tierra argentina a Europa. No éramos para nada bailarines clásicos, sino que estábamos arraigados en la tradición de nuestro país. Para los argentinos que vivían en el exilio, esa era una experiencia muy fuerte.

María: En los Estados Unidos, las personas hacían cola para sacar entradas para todas las presentaciones y gritaban entusiasmados durante el show. Frente a la puerta veíamos limusinas estacionadas en fila y fuimos testigos de cómo el tango conquistó a la clase media y a la alta. Había artistas que venían a los camerinos después del show para felicitarnos, los diseñadores de moda se dejaban inspirar por nuestro vestuario. Nueva York le abrió al tango y a nosotros las puertas de todo el mundo.

Carlos: No voy a olvidar nunca cómo Virulazo hizo vibrar de entusiasmo al público (N. de la R.: Jorge Martín Orcaizaguirre, quien junto con Antonio Todaro y Pepito Avellaneda fueron los milongueros legendarios de los años cuarenta y cincuenta). Tenía 59 años y ni por asomo parecía un bailarín. Subió al escenario y en un primer momento no hizo absolutamente nada. El teatro estaba repleto, todos esperaban atentos el show del que todo el mundo hablaba, y luego, ahí parado sobre el escenario había un hombre corpulento, entrado en años, que no hacía nada. ¿Te imaginás la tensión que eso genera? Y entonces él empezó a bailar y el público quedó atónito.

¿Cómo fue ese tiempo para ustedes, en lo personal?
Carlos: Nosotros teníamos una necesidad increíble de expresarnos como artistas. Virulazo, por ejemplo, no había bailado en dos años porque la vida cultural en Argentina se había paralizado. ¡Y ahora estaba en Broadway sobre un escenario! Un artista como él, del nivel de un Goyeneche, casi no había tenido trabajo en un tiempo largo, y cuando lo tuvo, había sido de un nivel muy bajo. ¡De pronto éramos estrellas en los Estados Unidos de América! Y pudimos volver a respirar. Todo eso era increíble.

María: Nos dejó sin palabras. Repentinamente volvíamos a ser libres. Todos nosotros habíamos dejado atrás años duros de represión.

El tiempo de la dictadura militar, ¿cómo lo vivieron?
Carlos: Hasta 1978 el pueblo argentino no supo en realidad lo que estaba sucediendo. Hasta el Mundial de Fútbol de ese año, los militares habían operado en gran medida en secreto, ya que todo el mundo miraba hacia Argentina. Pero después eso se acabó. Fue cada vez más peligroso para nosotros salir a la calle, aun cuando no teníamos nada que ver con la política. Como artistas, a menudo nos encontrábamos por la noche fuera de casa y por eso corríamos mayor peligro que otros.
Fue terrible no tener la posibilidad de expresarnos. Hasta 1983, cuando acabó el régimen de terror de los militares, habían reinado la arbitrariedad y el miedo en el país. El tango parecía extinguirse lentamente o desaparecer. Solo había unas pocas milongas como la “Sin Rumbo” y el “Salón Canning”.

María: Los policías irrumpían en las presentaciones y controlaban los documentos de los presentes. Se prescindía de las orquestas porque no había más dinero y, a partir de ese momento, bailámos con música proveniente de discos. Incluso ya no podía celebrarse el carnaval. A menudo, en el camino de regreso desde el trabajo, fui arrestada y llevada sin motivo, sin explicaciones, simplemente así. De repente aparecían de la nada, me llevaban en un patrullero y me trataban como si fuera una delincuente. La mayoría de las veces, alguien se enteraba e informaba al personal de vigilancia del cabaret y le avisaban a Carlos. Por lo general, me ponían en libertad después de algunas horas. Pero un solo minuto de miedo puede parecer una eternidad.

Una vez nos detuvieron a ambos, nos encerraron en habitaciones separadas de la comisaría y nos hacían diferentes preguntas con la esperanza de que incurriéramos en contradicciones. Revisaron mi cartera y me hicieron preguntas sobre cada uno de los objetos que llevaba: peine, lápiz de labio, simplemente todo. No me agrada recordarlo.
Especialmente los últimos años de la dictadura fueron terribles. Durante nuestras presentaciones el aire estaba tan tenso que se podía cortar. Además, no había casi nada para comprar, estábamos prácticamente aislados del mundo exterior.

¿Y qué sucedía alrededor de ustedes, fuera del teatro?
María: Ellos asaltaron la casa de mi tía en su ausencia, revolvieron todo, se llevaron objetos de valor y eso, solo porque el nombre de su marido figuraba en la libreta de direcciones de un sospechoso. La palabra “sospechoso” ya no significaba nada, porque cuando uno menos lo esperaba, se convertía sin motivo en sospechoso. De lo primero que se apropiaban, era de la libreta de direcciones y, según el caso, le podía costar la vida a aquellos que figuraban en ella.

Carlos: De mi entorno directo, se llevaron al hijo de nuestra vecina, y un muchacho de mi escuela primaria desapareció sin dejar huella. Ellos no eran comunistas y, sin embargo, no pudieron evitar su destino. No sé de bailarines de tango que sufrieran ese destino, pero a muchos actores no se los volvió a ver nunca más.

¡Qué milagro que haya sobrevivido el tango! El tiempo anterior, los años sesenta y principios de los setenta, los formaron como artistas. ¿Cómo fue eso en aquel entonces?
Carlos: Empecé a bailar folklore a los 6 años, debuté en el tango a los 15. Bailaba todo lo que se podía bailar. En la década del setenta, estuve en el escenario con Armando Pontier, Carlos Copes y el Sexteto Tango.

María: Yo comencé a los 12 con ballet y flamenco, a los 18 bailé en un show de tango con los músicos Leopoldo Federico y Julio Sosa, pero en los setenta estuve de gira por toda Sudamérica, otra vez con shows de flamenco. Luego, Carlos y yo nos conocimos y desde entonces nuestra vida giró cada vez con mayor intensidad alrededor del tango.

¿Cómo y cuándo se conocieron?
Carlos: Fue en el “King Club”, un cabaret de lujo. Allí bailábamos en un show con la dirección artística de Nelly y Nelson, y después, de Eduardo y Gloria Arquimbau. En aquella época era usual que los espectáculos de gran calidad se presentaran en cabarets.

¿No eran locales de bastante mala fama?
María: Nunca lo vi así. Siempre llegaba antes del show, justo a tiempo para maquillarme, cambiarme y luego empezar a bailar. Claro que del otro lado del escenario sucedían cosas que yo me podía imaginar. Pero eso no me interesaba.

Carlos: Los espectadores eran turistas de Japón, los Estados Unidos, Brasil y Europa. Había un show de tango y folklore con músicos excelentes como Oscar Alemán y Roberto Goyeneche, y mucho más tarde, un show de striptease. Las llamadas “coperas”, camareras del descorche bien vestidas, debían estimular a los clientes a beber. Lo que ellas hacían con los clientes después del show, eso era asunto de ellas. Para los hombres, era obligación vestir saco, quien no tenía, el cabaret le prestaba uno. Uno estaba preparado para eso y seguía aferrado a las costumbres severas.

¿Cómo vivieron los años setenta?
María: El principio de los setenta nos marcó mucho como artistas. Teníamos compañeros maravillosos, bailábamos en un show excelente y trabajábamos con apasionamiento los siete días de la semana.

Carlos: A veces bailábamos en otros shows al mismo tiempo y viajábamos de un lugar a otro en medio de la noche. Buenos Aires fue y es una ciudad con una agitada vida nocturna. Por lo general, la forma más rápida de viajar de noche era tomar el colectivo. Con frecuencia, se veía a los bailarines viajar con sus vestuarios, con atuendo y maquillaje completos.

María: Yo nunca viajé en colectivo. Me habría dado vergüenza. Siempre tomé taxi. (Se ríe)

Carlos: En el King Club había un portero, un hombre sencillo que todos querían. Después del show nos sentábamos a una mesa, intercambiábamos impresiones, discutíamos de lo habido y por haber y, sobre todo, de la danza. No se hacían diferencias. A la madrugada, cuando había terminado el último show y todo estaba cerrado, nos encontrábamos los bailarines en grandes tertulias con los actores y músicos de la radio, el cine y el teatro. Para nosotros, esos fueron los años dorados de Buenos Aires.

Nuestros encuentros de artistas eran como una universidad increíblemente inspiradora que nos daba lo que necesitábamos para continuar con nuestro camino como bailarines. Aprendimos de nuestros colegas todo lo que un artista debe saber: cómo se trabaja, cómo se hacen los trajes, como se monta un show y una coreografía. Hoy en día, los bailarines se desarrollan en buena parte solos, están más compenetrados en sí mismos, son individualistas. Pierden mucho de lo que se puede aprender en una comunidad de artistas.

Después de tener tanto éxito con Tango Argentino, trabajaron mucho en el extranjero. ¿Cómo fue eso para ustedes?
Carlos: En 1986 finalizó la temporada en Nueva York. Por Tango Argentino recibimos una invitación para ir a Japón para montar un show con artistas japoneses. Durante seis semanas bregamos muchas horas día tras día. El desafío era transmitirle a los japoneses el significado del tango. A un argentino le das una coreografía y él la llena con vida. Ese contenido debe ser “traducido” para un japonés. Su disciplina, que facilita tantas cosas, es fantástica. En todos estos años no escuché jamás una protesta. Con un argentino tenés que discutir, siempre cree que sabe todo mejor que vos.

¿Tienen una relación especial con Japón?
Carlos: Por un lado, está el baile y, por otro, una conexión espiritual. Ambos practicamos un budismo japonés y por esa razón podemos penetrar mejor en la mentalidad de las personas allí. Aprendimos mucho de ellos. Por ejemplo, que el trabajo no está en primer lugar para ganar dinero, sino que es un servicio para otros, una contribución a la sociedad y, por lo tanto, es algo ideal.

Además, en 1988, empezamos a dar clases en Japón, primero en inglés con ayuda de un intérprete. Pero como esto era muy complicado y exigía mucho tiempo, empecé a aprender japonés. Desde entonces, viajamos todos los años a Japón y a muchos otros países a dar clase.

¿Y hoy que son, bailarines de escenario o milongueros?
Carlos: Primero fuimos bailarines de escenario y luego nos convertimos en milongueros, esto también se lo tenemos que agradecer a Tango Argentino. Desde entonces, bailamos de otra forma. Nuestro esmero proviene más de nuestro interior, por lo cual improvisamos mucho más. Quien conoce la milonga, cambia sus prioridades. Ya no se trata tanto del virtuosismo de los pies, sino de transparentar las vivencias interiores. En la milonga se sigue una inspiración, un impulso que recibe de su pareja de baile. Nunca se hace algo solo, siempre de a dos. Esa es la verdadera fascinación del tango, lo maravilloso de él.

María: Antes bailábamos la coreografía aproximándonos a ella desde afuera. Eso cambió a partir de Tango Argentino. Desde entonces, bailamos más simple, hacemos menos, pero lo sentimos más.

¿Actualmente siguen yendo a bailar a la milonga?
Carlos: Voy todos los viernes y sábados a “Sunderland” o a “la Baldosa”, a no ser que esté de viaje.
María: Yo voy cada vez menos a bailar, tengo menos resistencia que Carlos.

¿Qué piensan sobre los desarrollos más recientes en el tango?
Carlos: Para mí el “tango nuevo” no es “tango argentino”. Es otra cosa. Hay bailarines magníficos que aprecio mucho, pero su esencia es completamente diferente. Tango nuevo surgió por la demanda del público europeo, aunque fue desarrollado por argentinos. Ellos lo hicieron para el mercado europeo. Allí había un nicho para eso.
A su vez, el “tango electrónico” es otra cosa totalmente diferente. Para mí esos son músicos que no pueden interpretar el tango clásico. No se lo puede comparar con Piazzolla, que había crecido con la tradición y que luego se decidió conscientemente por otro camino. Él dominaba los dos. Eso revela una capacidad magnífica y por eso lo respetamos tanto.

¿Qué diferencia fundamental existe en la escena tanguera de antaño y en la de la actualidad?
Carlos: Hoy en día, la gente tiene con frecuencia una actitud extrema, como si el tango fuera para ellos un refugio, un oasis. Es cierto que es un ambiente maravilloso: surgen relaciones, uno se abraza durante nueve minutos, flota con la música. Todo esto es en efecto tentador, pero las pasiones hay que disfrutarlas con cuidado. La reacción de las personas se puede comparar con la leche hirviendo, que por el calor sube en pocos segundos y, luego, baja rápidamente. Pero esto no necesariamente tiene que pasar, si el acercamiento al tango es metódico y lento y se construyen buenas bases. Entonces no se produce la caída.

Hoy no hay ninguna tradición tanguera que sirva de base, tampoco grupos sociales centrados en el tango a los que se pertenezca. Antes existía una comunidad así que no permitía que uno se arrojara de cabeza a la milonga y que se perdiera en ella. Había normas, reglas, principios que había que aprender para ser parte del grupo de milongueros, que exigía del novato que pudiera moverse como es debido y al compás de la música y que tuviera una buena postura de baile. Hasta que el principiante no cumpliera esos criterios, no tenía “permiso para la milonga”.

También las mujeres tenían otra actitud. Antes, sencillamente no bailaban con hombres mal vestidos; hoy, incluso un bailarín en zapatillas tiene ocasión de hacerlo. Pero no debemos ser tan rigurosos. Para que el tango pueda sobrevivir, debe aparecer gente nueva y joven, y ellos hacen algunas cosas diferentes a lo que imaginamos nosotros, los “viejos”. Pero el hecho es que las mujeres son muy importantes en el tango y que siempre lo fueron, contrariamente a la opinión generalizada. Ellas deciden, siempre lo hacen. El hombre quería bailar bien, tener buen aspecto, impactar, porque quería gustarle a la mujer, conquistarla. Solo por eso.

En tantos años, ¿nunca se hartaron del tango?
Carlos: Nunca. Ni siquiera me lo puedo imaginar. El tango es simplemente nuestro trabajo. Es nuestra vida, ¿sabés? No puedo imaginarme, no puedo imaginarnos sin el tango. Es impensable.

Bueno, a excepción del tango, ¿no hay nada que les haya marcado la vida?
Carlos: Durante nuestra exitosa gira con Tango Argentino, María quedó embarazada. Habíamos alcanzado la cima de nuestra carrera, yo no me podía decidir. Para mí estaba claro: Si nos decidíamos por una familia, debíamos desistir de otras cosas. Y recién estábamos empezando a cosechar lo que habíamos sembrado durante tantos años.

María: Para mí no representó un conflicto, no dudé ni un segundo. Yo rondaba los 30 y supe enseguida lo que quería. Nos decidimos por la familia, por nuestro hijo. Si hoy ves a Martín, lo podés entender.

Carlos: Tomamos esa decisión gracias a María. En aquel entonces nos aconsejaban quedarnos en el extranjero, ya que las cosas todavía no estaban bien en Argentina. Se había acabado la dictadura militar, pero no por eso todo volvía a estar en orden, el país estaba económicamente quebrado. Hoy estoy feliz de que nos hayamos decidido por la familia y de que regresáramos otra vez a Argentina, y eso es lo importante en nuestra vida.

María: Tenemos dos hijos maravillosos, somos una familia, formamos parte de la comunidad en la que residimos, en Martínez (suburbio de Buenos Aires). Para mí, nuestra vida es mucho más que tango.

¿Cuál fue el mayor sueño? ¿Y la mayor desilusión?
María: Nada fue un sueño, todo fue realidad. Una realidad que parecía un sueño. Si hubiéramos querido soñar todo, no lo hubiéramos logrado. Superó todas nuestras expectativas. Nunca me imaginé estar en Broadway o bailar en los mejores teatros del mundo. Yo ya era feliz imaginándome que me presentaba en Buenos Aires; nunca soñé con Rusia, Alemania o Noruega.

Carlos: Yo siempre tuve un objetivo y un deseo: ser un buen bailarín. Todo lo otro se fue dando. Viajamos a innumerables países, bailamos tres veces en el Teatro Colón. Algo así no se puede planear. Eso es un regalo de la vida, del universo, por el que ambos estamos infinitamente agradecidos.

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