«Las milongueras te rompen la cabeza» Nely, Ofelia y Pocha en una entrevista

Nota escrita por Ute Neumaier, Buenos Aires, publicada en la revista alemana Tangodanza, Nro. 39,  julio 2009

El lugar de nuestro encuentro es ideal, textualmente y por su significado: las tres milongueras, Nely (Nélida Fernando), Ofelia Rosito y Pocha (Elvira Vargas), me esperan en la Confitería Ideal, un lugar lleno de tradiciones y de historia. El interior revela los tiempos del auge del tango, impacta y nos da una idea de la Argentina en los años dorados. Los techos de yeso, la araña de cristal y el mármol, marcados por el deterioro, huelen a naftalina; hasta los mozos parecen ser del siglo pasado. Allí se filmaron películas; y personajes famosos, como Robert Duvall, Maurice Chevalier y Vittorio Gassman, pasaron por la Confitería. Es un lugar perfecto para la charla con estas damas únicas del tango, milongueras de corazón, que llegan, entre las tres, casi a los 200 años de experiencia en la pista, muy diferentes entre sí, pero con vidas igualmente fascinantes. Nely y Ofelia concurren aún varias veces por semana a las milongas. Pocha llega acompañada por su alumno José Luis, de 23 años, quien también enseña tango. Las milongueras se conocen, se aprecian y expresan gran alegría al verse.

 ¿Cuándo empezaron a bailar?

Ofelia, vivaracha y alegre, empieza a hablar. Mientras, Nely y Pocha asienten con la cabeza. Aparentemente, tienen mucho en común.

Ofelia: Yo cumplo 79 años en octubre (se ríe sin disimular su orgullo). Mi papá tocaba el bandoneón en la orquesta de José Luis Padula. Nací con el tango. En aquel entonces, los chicos no nacían en un hospital, sino en las casas; y así, en la mía, lo primero que vi fue un bandoneón. ¿Qué querés que baile sino tango? Todos bailaban en mi familia; mi mamá y mi papá, el estilo «orillero». ¡No te podés imaginar lo elegante que estaban mis padres cuando salían arreglados y con sus zapatos hechos a medida!

Nely: Yo tengo 73 años. Al igual que en la familia de Ofelia, en la mía, el baile y la música también eran muy importantes. En mi casa, siempre hubo fiestas. Mi mamá bailó durante su embarazo, por lo tanto, escuché los primeros compases de tango en su panza.

Pocha: (salta elegantemente el tema de su edad, pero José Luis me cuenta que ella es la mayor de las tres milongueras). Yo empecé a bailar a los 14 años.

¿Cómo aprendieron a bailar?

Pocha: En las milongas, había un espacio para los niños. Yo iba acompañada por mi hermana mayor, me sentaba con los adultos, los observaba y, algunas veces, practicaba en la pista infantil. Los ojos fueron mi maestro más importante.

Nely: Nosotras, las chicas, no teníamos un lugar para practicar, ya que siempre estábamos en la casa; sin embargo, allí bailábamos de todo: conga, rumba, tango, el verdadero tango de salón.

Ofelia: Mi mamá y mi papá enseñaban; yo, sentada, los observaba. Cuando mi tío quiso probar algunos pasos, mi papá le dijo: «Tomá a la nena y probá con ella». Yo tenía 5 años en aquel entonces. Nunca tomé clases. Bailar, desde siempre, fue lo más natural del mundo, lo que mamé como la leche.

¿Cuándo fueron a bailar por primera vez oficialmente?

Nely: A los13 años, fui con mi mamá al salón La Argentina. Al principio, estaba un poquito nerviosa, miraba y prestaba atención a la música. Pero, cuando por fin salí a bailar, me relajé y lo sentí como algo muy natural.

Ofelia: Yo tenía 11 años y parecía tener 15 cuando mi hermano me llevó a bailar. Llevaba puesto un vestido hermoso, cosido por mi mamá. Fuimos al salón Sans Souci acompañados por 15 chicos que vivían en mi barrio y a los que les habíamos enseñado a bailar. ¡Cómo nos divertimos! Tenía hasta las uñas pintadas. Al día siguiente, en el colegio, la maestra me preguntó qué significaba eso, y me tuve que justificar.

Pocha: Desde los 14 hasta los 16, fui a bailar con mi hermana; después, con mi mamá. Íbamos a los clubes de barrio, que solían organizar bailes por la tarde. Mi mamá fue una bailarina apasionada, que volvió a las pistas después de que mi papá falleció. Le encantaba que la acompañara.

¿Cómo fue, en aquel entonces, ser mujer y bailar tango? ¿No estaba mal visto?

Ofelia: Yo era la única en el colegio que bailaba tango y, por lo tanto, un poco exótica. Mis compañeras, obviamente, querían saber todo sobre ese terreno prohibido. Eran otros tiempos, sabés.

Nely: Por más que, en la década de 1940, el tango ya había perdido algo de su indecencia, existían todavía familias en las que se lo consideraba algo de mala reputación. A pesar de tener la misma suerte que Ofelia de haber nacido en una familia que amaba el tango, no me dejaban ir a bailar sola. A partir de los 27 años, empecé a ir con mis amigas; hasta entonces, siempre fui acompañada por mi mamá. Recién cuando me separé de mi marido, a los 36 años, empecé a ir sola.

Pocha: En las milongas, se respetaba mucho a las mujeres. Los hombres nunca se hubieran atrevido a acercarse a una mujer para invitarla a bailar. Las mujeres estaban sentadas en un lado del salón; y los hombres, de pie en el centro de la pista. Nos sacaban a bailar cabeceando. Si un hombre no tenía la suerte de encontrar pareja, se quedaba esperando en la pista hasta que terminara la tanda y lo intentaba nuevamente.

Ofelia, ¿el baile fue tu única pasión?

Ofelia: Canté también, con mi hermana: tango, folclore y jazz. En los cines, cantábamos en la pausa; era algo que se hacía en aquel entonces. Cuando mi hermano tenía 16 años, descubrimos el boogie. Íbamos al cine para ver películas americanas. El miraba a los hombres; y yo, a las chicas. Después, en casa, practicábamos lo que habíamos visto hasta que, por fin, nos salía. En muchos clubes, nos invitaron a bailar.

Pocha: A los 15, gané los primeros concursos de baile con mi hermano en el Club Albariño y en el Club Belgrano: de rock, jazz y tango. Estábamos en la boca de todos. ¡Éramos «Los Vargas»! Más tarde, hice un espectáculo en la televisión, en un programa de Moria Casán.

¿Quiénes fueron sus modelos?

Ofelia: Mi mamá, que ya venía de una familia tanguera. «La flaca Martita», del Salón Canning, me inspiró también mucho; la llamaban «La Cucaracha» porque tenía una velocidad increíble en sus pies. María Nieves fue mi ídola como bailarina y como maestra.

Nely y Pocha afirman con gestos lo que dice Ofelia. Parece que ellas también tomaron como modelo a su mamá.

¿Hubo tiempos en los que no bailaron?

Nely: Durante cuatro meses, no bailé. Tuve un amor muy importante, el amor de mi vida, al que siempre esperaba volver a encontrar. Por eso, me casé muy tarde y, solamente, porque mi familia se preocupaba por mí e insistió para que lo hiciera.  Me presentaron a un muchacho que les pareció bien, y nos casamos después de cuatro meses. Después de otros cuatro meses, lo dejé, ya que no nos entendíamos, y volví al tango.

Pocha: Durante los 14 años de mi matrimonio, mi marido y yo íbamos a bailar de vez en cuando nada más. Él bailaba, pero no era milonguero. Por lo demás, lo único que me pudo apartar del baile fueron problemas de salud. Incluso, después de tres cirugías de corazón, no aguanté más de diez días sin bailar. Mi hijo me dice que debo de ser de otro planeta porque mi energía no le parece normal. Desde hace dos años, tengo problemas con mis piernas. ¡No te podés imaginar lo que me duele escuchar tangos y no poder bailar! Pero yo no abandono, estoy decidida a volver, y nada me puede detener. Ya, el próximo domingo, iré a Glorias Argentinas. Me muero de ganas.

Ofelia: Como Pocha, me casé con un hombre que bailaba, pero no como a mí me gustaba, ¡pero eso no es una razón para no aceptar a un hombre! Estuvimos 15 años casados, tuvimos tres hijos y, durante ese tiempo, casi no bailé.

¿Qué pasó con el tango en los años de la última dictadura militar?

Mi pregunta parece sorprender a las milongueras. Vacilan, como si les doliera el recuerdo.

Nely: El tango no fue prohibido, pero era peligroso salir a la calle. Una vez, en un salón, me controlaron y confundieron mis papeles con los de otra mujer. Fue un momento desagradable, pero enseguida se aclaró. Detenciones nunca vi en un baile, aunque sí en mi trabajo de modista en una fábrica. Se llevaron al hijo y al suegro de un supervisor. Nunca se supo más de ellos.

Ofelia: A mí tampoco me pasó nada, pero varias veces vi a los militares aparecer en los bailes, controlar los papeles y llevarse gente. Nunca supimos nada, todo pasó rápidamente, y, al poco tiempo, el baile siguió como si eso no hubiera ocurrido.

Pocha: En esos años, se bailaba también. Los salones y los clubes estaban abiertos y eran frecuentados. Solamente, cuando Eva Perón falleció, se prohibió bailar en toda la Argentina. Me acuerdo de esa noche como si fuera hoy. Era sábado, queríamos ir a bailar, y se difundió la noticia. Todo el país se puso de luto.

¿Cómo describirían ustedes su forma de bailar?

Ofelia: Yo bailo como el hombre me lleva, siempre fue así. Una milonguera no tiene estilo propio. El hombre sí, él guía y decide. La mujer reacciona y contesta a su marca. Ese es, por supuesto, el único sector en el que deciden (se ríe pícara). Acompaño al hombre. Así veo el rol de la mujer.

Nely: ((cabecea afirmando) Estoy de acuerdo con Ofelia. En el tango, es el hombre que decide, por más vueltas que se le de. Es él, quien lleva marcando con su cuerpo, siguiendo algo que siente por dentro; la milonguera le presta atención a él y a su marca. Es la única manera para conectarse y vivir esta felicidad que da el tango. No tener estilo, para mí, significa tener la libertad y la plenitud de poder bailar en tantos estilos diferentes.

Pocha: No estoy de acuerdo, lo veo de otra manera. Yo siempre bailé tango salón. No es siempre la mujer la que se adapta, también puede ser al revés. José Luis, por ejemplo, se adaptó a mi estilo. Si baila con Ofelia, se adapta a ella. Me encanta como bailan Nely y «Pocho» (su compañero de toda la vida) el estilo milonguero, por más que yo baile de otra forma. Lo importante es que sea un tango puro, lindo y que se baile bien. Nada más.

Allí se desarrolla una pequeña discusión entre las tres milongueras, en la que cada una defiende su postura.

¿Ustedes enseñan también?

Pocha: Fui, durante muchos años, la pareja de baile de Lampazo (un milonguero muy conocido en Buenos Aires, del estilo «Villa Urquiza») y enseñé con él durante 4 años en el Teatro San Martín. También hice espectáculos con grandes milongueros, como «el Finito», Antonito Todaro, «el Alemán». Fui la maestra de Miguel Ángel y Osvaldo Zotto, Jorge Firpo, Aurora Lúbiz, etcétera. A Robert Duvall, el actor americano, lo preparé para la película Assassination Tango. Entre mis alumnas, figuran bailarinas famosas, como Geraldine Rojas, hoy también Paludi. A la Compañía de Tango Argentino le enseñé pasos de mi repertorio.

Quiere saber si la gente baila tango en Alemania porque su deseo más grande es que José Luis encuentre su lugar como maestro fuera de la Argentina antes de que ella fallezca.

Nely: Me costó mucho convencer a «Pocho» para que enseñara conmigo. Por fin, lo logré hace seis años, y, desde entonces, damos clases juntos. El año pasado, nos invitaron a un festival de tango en los Estados Unidos. Fue una experiencia espectacular.

Ofelia: A mí me encanta enseñar. Lo hago desde mi juventud. Me gusta, sobre todo, dar clases a mujeres. Durante siete años, fui maestra en la confitería Bamboche, en Flores. Cuando enseño, doy todo lo que sé, todo, soy así en cualquier aspecto. Un alumno tiene el derecho de aprender los secretos de su maestro.

¿Qué caracteriza a una excelente bailarina?

Ofelia: Buena postura, pies elegantes y la capacidad de dejarse llevar por el hombre son los ejes principales de una buena bailarina. Una mujer debe moverse desde la cintura para abajo, y su torso debe quedar con el varón. Poder bailar y relajarse a la vez es importante, eso se transmite a la pareja. Es de esta manera: colocás el cuerpo en la postura correcta, sentís al hombre y te entregás a él y a la música. Eso es bailar tango.

¿Qué es un buen bailarín?

Pocha: Aplico los mismos criterios al hombre que Ofelia aplica a la mujer: buena postura, manera de caminar y colocación de los pies. La musicalidad es muy importante para el varón, ya que él lleva. Di Sarli no se puede bailar de la misma forma que Troilo. Es una energía completamente distinta, es otro compás, y estos tienen que llevarse en cada movimiento.

Ofelia: Hasta hoy en día, los hombres me dicen que soy liviana como una plumita, que, conmigo no se cansarían nunca y que mirar mi baile es algo muy distinto a tenerme en los brazos y sentirme. ¿No te parece que es un piropo muy lindo? No sé si es verdad, si es así…, Yo solamente sé que siento muchas cosas hermosas cuando bailo y supongo que esto se transmite a los hombres.

Nely, cuando bailás, parece que estás flotando. ¿Cómo lo hacés?

Nely: Permito a la música que me lleve y que ella le hable a mi corazón. Los años de baile, por supuesto, influyen también. Bailar es algo instintivo, espontáneo; y, cuando invento nuevos pasos, lo hago de una manera inconsciente, salen así nomás.

¿Qué sienten cuando bailan?

Nely: Siento que la música me transporta. Sobre todo, con «Pocho». Hace 60 años, bailamos por primera vez. Eso se siente. Me gusta bailar con otros hombres también, pero el sentimiento de ser uno con el otro lo tengo solamente bailando con «Pocho».

Pocha: Soy feliz cuando bailo, nada más que feliz, completamente feliz, porque hago lo que me gusta hacer.

Ofelia: (suspira un poco desconcertada) ¿Cómo se puede explicar algo que se siente por dentro? Me dijeron que tengo cierta expresión en mi cara cuando bailo, una mezcla entre goce, amor y satisfacción. Eso es algo que ven los demás. Yo bailo con el corazón, no con la cabeza y tampoco con los pies. Me entrego al hombre y a la música, y después me pierdo en eso, me fusiono. Puede haber100 personas que me miren o ninguno, no existe diferencia para mí. Es como el amor, hay que entregarse.

Las tres damas se ríen porque se acuerdan de esa alegría que sienten cuando bailan. Al verlas, me parecen jóvenes.

Ustedes son tan alegres, están llenas de vida. ¿Cómo lo logran?

Ofelia: Me levanto con una sonrisa, y es así como paso el día. Crié a mis hijos cantando y bailando. Es el tango el que me mantiene tan joven y tan viva.

Pocha: Sí, el tango nos da toda esta energía.

Los tangos son más bien tristes, ¿no? ¿No les molesta esa tristeza a ustedes, que son tan alegres?

Pocha: Los tangos no son tristes, son sentimentales como nosotros los argentinos. Cuando bailo, no presto atención a las palabras, sino a la música.

Ofelia: Por más que haya tangos que expresen cierta melancolía, a mí me causan alegría y me ayudan a disfrutar mi vida y a sentirme feliz.

¿Dónde van a bailar?

Nely: Los viernes, «Pocho» y yo vamos a Canning. Voy al Sunderland y al Club Sin Rumbo también. Cuando salgo sola, me sacan mucho, hasta hombres jóvenes. Antes era una bailarina tan solicitada que me sacaban antes de que empezara la música.

Ofelia: La milonga que más me gusta es el Sunderland. Para mí, allí se ve y se baila el tango verdadero. Conozco a mucha gente y bailo toda la noche con hombres grandes y jóvenes. No existe la edad en el tango. Un hombre de mi edad me comentó un día que él prefería a las chicas de 25 años para bailar. Lo miré y le dije: «¿Ya te miraste al espejo alguna vez? ¡Es ridículo!».

José Luis: Cuando vas a bailar con Ofelia, pasan cosas extraordinarias que te dejan sin palabras. El sábado pasado, estuvimos en el Sunderland; vino un italiano y me sacó. Hice de mujer con él. Tuve escalofríos al pensar cómo iban a reaccionar en Sunderland, por ser una milonga muy tradicional. Pero Ofelia me salvó; invitó a una mujer y bailó con ella de hombre. De repente, todos los milongueros se levantaron, cambiaron los roles y bailaron. Fue un momento increíble, alucinante, que me impactó. Era una mezcla de emociones, cosquilleo y grandiosidad; se transmitió a todos los que estuvieron presentes. Fue como antes, como si hubiesen vuelto el tiempo atrás.

¿Qué significa el tango para ustedes?

Nely: Cuando bailo, vivo. Bailo para mí y para el hombre. Me gusta bailar en público, para la gente, pero no veo nada alrededor de mí. Si, como mujer, no bailo para mí misma y no bailo por amor a la música, no tiene sentido.

Pocha: El tango para mí es todo, es mi felicidad, mi alegría y el centro de mi vida. Soy la mujer más feliz del mundo cuando bailo. Me gusta más bailar que comer. Quiero morir en la pista. Caerme un día en la milonga y estar muerta, ese es mi sueño. Así me recordarán como una gran bailarina. ¡Qué muerte maravillosa! Pero todavía estoy viva en este mundo, existo y estoy decidida a volver a bailar.

¿Por qué el tango tiene tanto éxito internacional?

Ofelia: Porque es el único que se baila tan pegados, tan cuerpo a cuerpo. La semana pasada, bailó una pareja joven y extraordinaria en el Sunderland. Más tarde, me senté un rato en la mesa de Eduardo y Gloria Arquimbau y charlé con ellos. Eduardo me dijo: «Ofelia, nos podemos ir tranquilamente de este mundo. La juventud de hoy sabe bailar, el tango no se perderá». Eso nos deja a todos muy tranquilos.

¿Qué es lo más lindo y lo más triste del tango?

Nely: Lo más lindo es la música. No me gusta cuando ponen Piazzolla en las milongas. No me gusta tampoco cuando tratan a la mujer como si fuera una muñeca que retuercen y que llevan de acá para allá. Cuando la mujer tiene sus piernas todo el tiempo en el aire y cuando no se transmite ningún sentimiento, sino solamente técnica, me pone medio triste.

Ofelia: No me gustan los hombres que desprecian a las milongueras grandes y prefieren bailar con las jovencitas. Pero la culpa no la tiene el tango, tiene que ver con ellos. Lo más sublime es lo que se siente. Obviamente, depende, también, de con quién bailemos, de lo que nos pueda transmitir y de lo que le podamos transmitir nosotras. Algunos hombres me dicen: «Me hacés bailar». Yo no hago bailar a nadie, por más que ellos lo sientan así. Lo más lindo es sentir algo en el propio corazón y poder comunicárselo a la pareja sin palabras.

Pocha: No hay nada feo en el tango. Me da no sé qué que mis dos hijos no bailen y que ninguno de mis cinco nietos tampoco. Pero la más chica tiene futuro, ella puede ser bailarina, tiene mi talento.

Ofelia, ¿qué significa para vos ser milonguera?

Ofelia: Algunos consideran que las palabras «milonguero» y «milonguera» son un insulto, algo negativo. No es así, al contrario. Ser milonguero es algo que hay que probar en la pista. Estoy orgullosa de ser milonguera. No es una palabra despreciativa. Antes, podía ser que sí, pero, hoy en día, de ninguna manera.

José Luis, ¿cómo es para vos bailar con las milongueras?

José Luis: Te transmiten una energía y una fuerza increíbles, las tres por igual, a pesar de que cada una tenga su estilo. Yo, para bailar, prefiero a estas damas del tango a cualquier chica joven. Las milongueras de antes bailan para sí mismas, no para los demás. Las chicas jóvenes colocan bien los pies y lo hacen todo perfectamente bien, pero, muchas veces, se preocupan demasiado por cómo se ven desde afuera. Eso el hombre lo siente. Las milongueras te rompen la cabeza cuando bailás con ellas. Por eso, soy su principal admirador.

Traducción: Ute Neumaier