Nota escrita por Ute Neumaier, Buenos Aires, publicada en la revista alemana Tangodanza, Nro. 47, julio 2011
El Morán es una milonga tradicional –aunque joven–, algo alejada del centro urbano. Necesito una buena media hora para llegar a la zona de Agronomía y al letrero luminoso que reza: “Club deportivo y social Morán”. Aunque esta milonga no está en penumbras y tampoco hay una ‘puesta en escena’ como en las del centro, el viaje vale la pena.
En la puerta me reciben muy amablemente los organizadores, Lucía Bardach, Marcelo Lavergata y Mariano Romero y me llevan a mi mesa. Pasamos por el local del club con estantes llenos de trofeos más o menos imponentes, dejamos atrás fotos descoloridas de antiguas estrellas de fútbol del Morán y el retrato enmarcado del siempre sonriente Carlos Gardel. Entonces me encuentro en el salón de fútbol de 600 m2, iluminado por tubos de neón, de cuyo techo flamean innumerables banderines coloridos al viento de ventiladores ruidosos. El gris de las paredes de hormigón es interrumpido por publicidad pintada a mano, pasada de moda, de talleres de plomería, de tapiceros y del peluquero de la vuelta; así la pared parece menos austera. La milonga todavía no abrió, los niños juegan a la mancha en la pista de baile y un bebé balbucea entretenido. Poco después comienza el evento mensual, poco a poco el salón se llena de vida y, ya avanzada la noche, veo al bebé en medio de los bailarines, durmiendo plácidamente al ritmo del 2 x 4.
Los organizadores están muy concentrados en lo suyo. Lucila (24) y Marcelo (31), en realidad, son profesores de tango; Mariano (37) es guitarrista y maestro de música. Cada uno encontró al tango a su manera. La historia más triste es la de Mariano: Cuando fallece su novia, cae en un agujero oscuro, un amigo muy decidido que ya no tolera verlo sufrir, lo arrastra a la milonga. El tango le devolvió la vida –dice Mariano– y puso fin a su tristeza. Hoy, es DJ del Morán y le gusta poner de todo, menos piezas deprimentes. Lucila baila tango desde que tenía 15, la cautivó cuando todavía iba a la escuela. Marcelo la conoció en la milonga, hoy él es el hombre de las relaciones públicas de la compañía, el hombre en las candilejas, el que no esquiva el micrófono y que con entusiasmo conduce a través de toda la velada. Su abuelo le contagió la pasión por el tango cuando le contaba sobre el movimiento tanguero de masas de los años cuarenta y cincuenta. Él fue quien lo introduje a ese mundo de las grandes fiestas en el club del vecindario, en las que se encontraban familias enteras y se reunían hasta mil bailarines. Esos relatos no lo abandonaron jamás y así nació la idea del Morán.
Todavía había un desafío por vencer. Era necesario conseguir el lugar apropiado, con suficiente espacio y con un escenario. Luego, la realidad superó todos los sueños: De hecho, en el inmenso salón de futbol del club, fundado en 1926, se habían celebrado grandes eventos tangueros. Al son de orquestas famosas en el mundo, como las de Juan D’Arienzo, Héctor Varela y Aníbal Troilo, se bailaba al aire libre. Con frecuencia, así cuenta Julio, el propietario del club, las entradas para los eventos estaban agotadas y en la puerta colgaba un cartel: “No hay más localidades”. Más aún, el padrino del Morán, el famoso milonguero Eduardo Pareja, llamado “Parejita”, había conocido allí a Rosa, su esposa, hacía más de 60 años. Claro que Lucila, Marcelo y Mariano no sabían esto cuando hicieron la primera visita, pero inmediatamente estuvieron de acuerdo: Aquí querían revivir los años dorados en los que toda una ciudad había bailado tango y enlazarlos con el presente.
Y lo lograron. Desde su fundación en el 2009, la milonga se estableció como una animada fiesta de tango para jóvenes y no tan jóvenes, como un evento social para la gente del vecindario, para los porteños del centro y los turistas de cerca y de lejos. “Nunca tuvimos menos de cuatrocientos invitados”, cuenta Lucila orgullosa, “y esto a pesar de la distancia al centro”. “Y como a diferencia de antes, hoy está techado”, sonríe satisfecho Marcelo, “no hay temporal que pueda turbar el placer por el baile“.
El Morán era y es sinónimo de atmósfera familiar y de buen nivel de baile, de alegría y de ausencia de estrés y de etiqueta. Nada es una obligación. Baila el que quiere; quien prefiere una charla, puede acompañarla con empanadas y pizza. Tampoco el cabeceo es un mandato. Solo cuando se trata de cumplir con el código de bailar en sentido contrario a las agujas del reloj y del respeto en la pista, el trío es inexorable y se aferra a las raíces tradicionales. El Morán es una mezcla bien lograda de tradición y modernidad. Se puede reservar por e-mail o por Facebook hasta con un mes de anticipación: ese es el idioma del presente. Pero acompañar a los invitados a sus mesas y darle a las damas que van solas los lugares de adelante con la mejor vista: ese el código de antaño. Pero es en vano buscar mesas separadas para mujeres y para hombres, pues a pesar de todo el respeto por el pasado, Lucila, Marcelo y Mariano quieren lograr algo más moderno. “Que el tango vuelva a los barrios”, es su lema; quieren mantener lo antiguo, pero insuflándole un espíritu joven, y contribuir a que cada vez más músicos jóvenes compongan e interpreten tangos bailables y que escriban sus propios textos.
A partir de las 20:00, Lucila y Marcelo dan clases de tango de salón y a partir de las 21:30, los alumnos pueden ingresar gratuitamente a la milonga. De este modo, incluso a un forastero le resulta fácil conocer gente para bailar después. También se piensa en aquel que se siente perdido en el gran salón porque justamente está dando sus primeros pasos de tango. Cuando la pista pequeña queda en penumbras, el grupo variopinto de tangueros puede seguir practicando como le plazca hasta las 3 de la mañana.
Para eso, Mariano pone exclusivamente tangos bailables, a veces también piezas raras, pues su tío es un coleccionista. El equipo no espera otra cosa de las orquestas, sea una orquesta típica o un sexteto: la música debe apoderarse del cuerpo. Y cuando Ariel Ardit y su Orquesta Típica interpretan Misteriosa Buenos Aires o Sans Souci, uno se olvida del sobrio salón deportivo en el que se encuentra y se transforma en parte de la masa de bailarines que se desliza por la pista y se deja arrastrar por la energía, la onda del Morán. Los espectáculos mensuales de baile ofrecidos por las celebridades del tango salón –tanto jóvenes como mayores–, desde Javier Rodríguez y Andrea Missé, Fabián Peralta y Lorena Ermocida hasta Ariadna Naveira y Fernando Sánchez o Federico Naveira e Inés Muzzopapa, sin olvidar a Fernando Galera y Vilma Vega, completan el deleite y constituyen otro acontecimiento destacado.
Un momento culminante e inolvidable del Morán fue la presentación de Alberto Podestá. Aquí había cantado en sus años mozos, en la época dorada del tango, y, y aquí cumplió un sueño, siendo ya un veterano. “El Gardelito”, como se lo solía llamar, quien desde su regreso a la milonga, en el año 2006, solo era acompañado por guitarras en sus presentaciones, en el Morán subió una vez más al escenario con una orquesta y eso, ¡después de exactamente 65 años! Fue un momento solemne e histórico para él y el Quinteto Julián Hermida. La historia cobró vida y se repitió. Ninguno de los que estuvo presente olvidará tan fácilmente ese momento.
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