Eva Garlez y Pablo Rodríguez: Estilo Milonguero - un nombre, infinitas maneras de bailarlo

Nota escrita por Ute Neumaier, Buenos Aires, publicada en la revista alemana Tangodanza, Nro. 55, julio 2013.

Eva (31) y Pablo (38) forman parte de la Guardia Nueva del Estilo Milonguero, este tango que se baila en un abrazo continuamente cerrado. Eva enseña desde hace más de una década, hasta 2010 formaba parte de la Academia de Susana Miller y María Plazaola y desde 2012 enseña con Pablo en Bien Milonguero, en el histórico San Telmo. Quien los vio bailar, sin duda se acordará del trabajo refinado de los pies de Eva y de su abrazo absorto e íntimo. Pablo, en clase, combina muy hábilmente humor argentino, un carácter poco complicado y una mirada bien detallista. Se los conoce por su participación en festivales internacionales en  Nueva Zelanda, en Ferrara y Chicago. Antes de participar  por primera vez en calidad de maestros invitados en el Festival Darmstädter Tangotage se encontraron con Ute Neumaier para una charla.

En Buenos Aires hay pocas parejas que enseñan tango milonguero. Parece que los bailarines jóvenes, suelen iniciarse con este estilo, pero después se dedican a otros. ¿Nunca tuvieron ganas de probar otra forma de bailar?

Eva y Pablo: (convencidos): ¡Nunca!

Eva: Porque bailando con los milongueros me di cuenta de la diversidad dentro de este estilo. Cada uno de estos hombres baila de otra forma y eso es lo que me resulta interesante. No existe una verdad absoluta, y tampoco una forma “correcta” o “equivocada”. Cada uno tiene su estilo y su forma particular de bailar. Los milongueros fueron y son extraordinarios para mí. Por eso nunca me atrajo otro estilo.

Pablo: Cada uno tiene sus orquestas preferidas e interpreta la música de otra manera, o sea, cada uno tiene su cadencia particular.

¿Como definen el estilo milonguero?

Pablo: Un tango en el que el hombre marca con el pecho y en el que el apile genera espacio entre los pies y las piernas de los dos que bailan. El abrazo es cerrado, pero no rígido, sino flexible, se siente vivo y sobre todo, es cómodo para los dos.

Eva: Es un tango simple e íntimo que está bien agarrado al piso y se basa en una riqueza rítmica que se baila en armonía y con respeto hacia los demás. Por eso se le llama tango social. Es un tango sin muchas figuras, pero con mucha conexión en la pareja. Poder bailar de forma relajada es primordial, ya que es la única forma en la que los cuerpos pueden hablarse.

Pablo: También se lo llama “estilo del centro”. Porque tan solo en el centro de Buenos Aires, con su anonimato, era posible bailarlo con tanta proximidad Mi abuelo, quien frecuentaba las milongas fuera del centro de la cuidad, me contó que había cuidadores de pista que separaban a las parejas cuando bailaban muy apretadas.

¿Quienes fueron sus maestros?

Pablo: Susana Miller me enseñó la energía del baile; María Plazaola, la técnica. Alberto Dassieu, el gran milonguero que hoy, lamentablemente, está muy enfermo, me transmitió la sensación para el baile en la milonga y su experiencia como hombre en la pista. Cada milonguero me dio otra cosa: De Alberto aprendí a bailar las pausas de Osvaldo Pugliese y los valses fluidos; Rubén Harymbat, también llamado Rubén de Pompeya, me enseñó a bailar los juegos rítmicos de los tangos. Osvaldo y Coca Cartery me transmitieron su amor por el tango y el ya fallecido Roberto “Pocho” Carreras me enseñó a bailar sin usar demasiados pasos y a desarrollar mi propio estilo.

Eva: Mis profesores fueron también Susana, María y todos los milongueros con los que bailé o enseñé: Alberto, Claudio Strang, Pedro Sánchez, Pedro ‘Tete’ Rusconi, Pocho y Rubén Harymbat.

¿Como llegaron al tango?

Eva: Tenía 19 años y el tango, para mí, era algo para la gente mayor. Mi mamá opinaba que si en el futuro viajaba al extranjero y no sabía bailar tango siendo argentina, sería una vergüenza. En la Academia de Susana, quien en aquel entonces enseñaba con Ana María Schapira, había clases gratis y ahí mi mamá me propuso probar con el tango. Después de la primera clase me ofrecieron una beca y entonces ya no podía decir que no. Un año fui alumna, después asistente y, a partir del tercer año, ya empecé a enseñar. ¡En total, nueve años!

Pablo: En mi familia siempre hubo música: Un abuelo mío fue bandoneonista; el otro componía música folclórica y mi papá tocaba la guitarra. Pero yo era técnico informático y no tenía nada que ver con todo este mundo artístico. En la radio se escuchaban los tangos de los años setenta y ochenta y estos no me gustaban para nada. Pero en el 2006 un amigo me llevó a la Academia y una semana después, a mi primera milonga. Y cuando vi el abrazo cerrado me entusiasmé. En dos meses gasté todos mis ahorros porque no dejaba de ir a bailar ni una sola noche.

¿Se enamoraron bailando?

Pablo: En realidad, no. Nos conocimos en el ambiente del tango, pero al principio no fue el tango el que nos unió. Eva buscaba a alguien que le pudiera enseñar defensa personal y, en aquel entonces, yo me dedicaba intensamente al arte marcial Wing Tsun.

Eva: Mi mamá  se preocupada cuando a la noche, después de las clases en El Beso, volvía a casa caminando y me dijo que debía aprender algo para poder defenderme. Así que, otra vez, mi mama decidió mi destino.

Pablo: Así se inició una especie de intercambio: Tango a cambio de Wing Tsun. Ella me enseñaba tango y yo a ella, Wing Tsun. (sonríe) En realidad, admito que Eva no llegó muy lejos en artes marciales, pero durante su breve experiencia pasó algo entre nosotros.

¿Eva, entonces vos lo formaste a Pablo como bailarín?

Eva: En parte. Al principio tomó clases en la Academia, después conmigo, luego fuimos pareja, bailamos en la milonga y, finalmente, Pablo llegó a ser parte del equipo de los asistentes. Pero tiene su propio estilo, su musicalidad.

Pablo: Después de unos tres años de relación amorosa nos invitaron como maestros a un festival en Nueva Zelanda y nos quedamos seis meses enseñando ahí y en Australia.  Así fue que empezamos a enseñar juntos.

¿No fue un paso muy grande participar tan rápidamente en un festival internacional?

Pablo: Sí, lo fue, pero estábamos tan entusiasmados y tan felices que no hubo lugar para otra sensación. ¡Fue nuestro primer viaje al extranjero! Claro que había grandes nombres y bailarines y maestros con mucha más experiencia que nosotros. No tuvimos miedo a la comparación. Pero dar una exhibición sí fue algo grande para mí, ya que esto me suele poner muy nervioso. Entonces me compré algo para los nervios y con eso anduve más tranquilo.

Eva: Era un festival en el que estaban invitados maestros de todos los estilos, tango de salón, tango escenario etc. Nosotros representábamos el estilo milonguero y este se siente mucho más espectacular interiormente que lo que parece por fuera. ¡Por eso lo amamos tanto! A mí bailar en público nunca me preocupó porque me siento muy segura con mi tango y con Pablo.

Desde entonces enseñan según su propio concepto. ¿De que se trata?

Eva: No enseñamos secuencias de pasos, sino elementos sueltos que los alumnos pueden combinar como quieran. Lo que nos importa, sobre todo, es la conexión entre los dos cuerpos, el juego entre llevar y seguir, que consideramos más importante que las figuras. También hacemos hincapié en que lo que enseñamos se pueda bailar en la milonga.

Pablo: Mostramos a los alumnos distintas posibilidades de bailar la música, pero no les damos un patrón musical. Cada persona siente la música de otra manera y si un maestro se interpone demasiado con su forma de interpretarla, es posible que el alumno pierda su sensibilidad musical innata.

¿Que es lo que enseñan a los hombres y las mujeres?

Pablo: El hombre debería ser muy claro en su marca y bailar para la mujer, no para sí mismo. Un buen bailarín debería ser capaz de generar una explosión interna en su pareja – a través de su energía y su musicalidad. No debería sacar a una mujer sin criterio, sino que debería elegir conscientemente qué orquesta quiere bailar con qué bailarina; es algo que hacen todos los milongueros. En las clases, mi rol es transmitir a los hombres como se marca y enseñarles cómo pueden navegar en una pista repleta. También los hago reír – y lo hago muy intencionalmente. Así se relajan y aprenden con más facilidad. Eva es más callada, pero tiene más experiencia.

Eva: El hombre lleva y la mujer sigue; igual, cada uno tiene el 50% de la responsabilidad. Una buena bailarina se deja llevar con facilidad, es atenta y se adapta a la forma de interpretar la música de su bailarín.  Si una bailarina no lo hace, corta continuamente la energía del hombre. Eso genera una sensación muy fea para él. En las clases tengo muy buen ojo para los errores que cometen  los alumnos, les enseño a alinear muy bien sus cuerpos y los corrijo. Me importan mucha la postura y la elegancia.

En Buenos Aires, hoy en día, no es fácil subsistir como profesores de tango. ¿Cual es su fuente de inspiración?

Pablo: Nos encanta enseñar y lo hacemos con mucho entusiasmo. No hay nada más lindo en el mundo que poder dedicarse a lo que uno ama.

Eva: Nuestra inspiración son todos los milongueros que conocemos de la milonga, tengan o no fama internacional. Los llevamos dentro de nuestro corazón y nos inspiran una y otra vez. Y siempre es una pérdida infinita cuando uno de ellos fallece, sea Gavito, El Tete o Pocho. No solamente dejaron un vacío en nuestros corazones, sino también en la milonga. Ocuparnos de que se recuerdo siga vivo en el baile de nuestros alumnos, es nuestra mayor alegría y satisfacción.

1 Nueva Pompeya, barrio en el suroeste de Buenos Aires, que se considera junto con La Boca y San Telmo la cuna del tango.
2 Lugar de la milonga con el mismo nombre y de la Academia de Tango Milonguero de Susana Miller y María Plazaola