Daniel Nacucchio und Cristina Sosa - "Aprender a leer el aire"

Nota escrita por Ute Neumaier, Buenos Aires, publicada en la revista alemana Tangodanza, Nro. 50, abril 2012.

El barrio de Villa Urquiza escribió historia de tango con su estilo. Daniel Nacucchio y Cristina Sosa enseñan allí en el tradicional Círculo Apolo. En las paredes cuelgan fotos de celebridades del tango de antaño y de hoy. La clase comienza puntualmente,  Daniel habla fluidamente con los alumnos japoneses en su idioma, Cristina se ocupa de la comunicación en inglés. Juntos ganaron en el 2008 el Campeonato Metropolitano, la competencia de tango de la ciudad de Buenos Aires, en la categoría milonga y tango y, en el mismo año, se convirtieron en campeones mundiales de tango en Buenos Aires y en Japón. Aun así, siguen teniendo los pies sobre la tierra, las ínfulas de estrella les son ajenas. Sus clases tienen una estructura clara y están organizadas de forma lógica. Ellos bailan con cada uno de sus alumnas y alumnos. De esta forma, todos tienen al menos una vez el placer de bailar con un campeón, con una campeona mundial de tango.

¿Cómo fue la experiencia de ser Campeón Mundial de Tango de Salón?

Cristina: No lo olvidaré nunca. Todo el mundo te abraza, te regala flores, te felicita. Se trabaja tan duro, se sueña, pero en verdad no se cree en una victoria. Luego es como si fuera un flash, los momentos más lindos, las lágrimas, todo confluye en un sentimiento de felicidad increíble. Hasta ese momento era impensable para mí poder vivir del arte y, de repente, el sueño se convierte en realidad. Y yo sentía orgullo porque habíamos armado algo juntos. Hay tantos bailarines que se pelean durante la preparación y no se vuelven a reconciliar.

Daniel: Yo estaba feliz de haber ganado con Cristina, pero había algo más: toda mi vida la había dedicado al tango y ganar fue como si alguien hubiera dicho: Hiciste bien lo tuyo, lo que hacés tiene sentido.

¿Cómo fue que participaron?

Daniel: Yo escuchaba tango día y noche, bailaba en un show y después iba todas las noches a la milonga. Cuando estás en el escenario con bailarines profesionales y al mismo tiempo sos bailarín de salón, a veces se ríen de vos. Mis compañeros me preguntaban por qué era tan loco. Yo respondía: “Porque soy milonguero” y ellos me tomaban el pelo y me decían que tenía que inscribirme para el Metropolitano.

Cristina: Yo conocía las competencias de baile por el ballet y me entusiasmaba fácilmente. Como Dani quería ir a Inglaterra, no le di demasiada importancia a la inscripción, que no me causó ningún tipo de estrés,

¿Qué se necesita para ganar?

Cristina: No solo hay que poder bailar, también se debe conocer bien la música y saber qué pasos van bien con qué tango.

Daniel: En el caso de Di Sarli hay que bailar las pausas; en el de D’Arienzo, con más energía. Hay que darle al baile el color de cada época, preguntarse cómo era entonces, cómo habríamos bailado en los años treinta, los cuarenta, los cincuenta. Yo había interiorizado el baile de cada uno de los milongueros. Siempre me habían dicho: “Si bailás Di Sarli, pensá en Portalea¹ o en Finito²; si bailás una aguja³, en Milonguita4. Yo solo tenía que ordenar todo e imaginarme al milonguero que correspondía.

Cristina: También se trata de que una pareja pueda bailar en la pista en armonía con las otras.

Daniel: En un show tenés todo el escenario para vos solo. En una competencia de baile, tenés muy poco lugar y la pareja que tenés delante determina tu baile. Tenés que mantener la distancia, improvisar si te bloquea e impide que se avance y vos no podés perder tu postura ni tu elegancia y tampoco podés detenerte.

¿Qué cambió con la victoria?

Cristina: De golpe te conoce todo el mundo, esto puede sonar a reconocimiento. Pero tenés muchos “supuestos” amigos, te critican con dureza, te aman y te odian y de pronto te sentís presionado para ser el mejor.

Daniel: Antes del campeonato, nadie en la milonga nos prestaba atención. Después, todas las miradas estuvieron puestas en nosotros y se escuchaban comentarios desagradables. En las milongas no éramos tan conocidos; ella venía de Monte Grande y yo había vivido siete años en Japón. Entonces se decían: ¿De dónde vienen estos dos? Como si fuésemos principiantes y sólo hubiéramos tenido suerte. Es raro: Con excepción del ganador, todos los otros están amargados y solo hay unos pocos que son capaces de  alegrarse con el éxito de los demás.

¿Cómo se conocieron?

Daniel: Yo buscaba una pareja de baile para el show y un amigo me presentó a Cris. Antes de mi partida hacia Inglaterra, en marzo del 2008, debía bailar en el Sunderland. Le pregunté a Cris, pero le advertí que allí no bailaríamos coreografías, sino que debíamos improvisar.

Cris, ¿es que vos no bailabas tango de salón en aquel tiempo?

Cristina: No, recién con Daniel empecé.

Eso quiere decir que no habían bailado mucho tiempo juntos antes de convertirse en campeones mundiales…

Daniel: No, después de cuatro meses ganamos el Metropolitano y después de seis, el Mundial.

Eso me parece casi increíble, ¿hay algún secreto?

Daniel: No. Para la presentación en Sunderland practicamos caminar juntos: siete días por semana, dos horas diarias. Y así ensayamos caminar de marzo a junio, caminamos con pasos largos, con pasos cortos, de costado, en el sistema cruzado.

Cristina: Aprendimos a movernos juntos, eso fue importante. Apenas hablábamos, solo lo necesario, modificábamos pequeñeces, teníamos que ganar confianza en el cuerpo, en el baile y en el lenguaje del otro. Normalmente hacíamos tango de escenario y eso es algo totalmente diferente.

Daniel: Las otras parejas se conocían desde hacía tiempo. En nuestro caso, hubo a menudo malentendidos y yo tuve que aprender a cambiar mi marca para que ella me entendiera.

¿Solo practicaron caminar juntos?

Cristina: No. Les pedimos a nuestros maestros y a nuestros amigos bailarines que nos observaran, que nos hicieran comentarios sobre nuestro baile y tuvimos que cambiar una y otra vez nuestro abrazo. Jorge Dispari no estaba en Buenos Aires, por eso fuimos a lo de Carlitos Pérez, quien nos ayudó mucho. Él sabía lo que era importante para una competencia mundial de tango. No hay que hacer demasiados pasos ni figuras a la vez y tampoco hacer muchos giros en un tango de una época en la que todavía no existían, por ejemplo, con un tango antiguo de Canaro.

¿Fue una linda experiencia ensayar juntos?

Cristina: Para mí fue un gran cambio. Nunca había pensado en trabajar con él profesionalmente, pues en el show yo solo era un reemplazo. Era Dani el que vivía del tango. Es cierto que yo enseñaba tango a chicos, pero por lo demás, estudiaba psicología y trabajaba en un estudio jurídico. Éramos tan distintos: teníamos diferentes actitudes, opiniones, conductas y también nuestras experiencias en la danza eran diferentes. Yo soy argentina de pura cepa. A Dani lo cambió mucho Japón. Cuando lo veo allí, tengo la impresión de que encaja mejor en ese país que en Argentina.

Daniel: En Japón maduré y el país me marcó profesionalmente.  Allí me decían: Si haces algo, hacélo bien. Llegar tarde a clase, eso no está bien.

¿Por qué creen que ganaron?

Daniel: Soy un bailarín clásico de tango salón, pasé siete años en Japón y en aquel tiempo no existía Youtube. Así es que no tenía ayuda de nadie y bailaba lo que había aprendido en Buenos Aires de mis maestros, los milongueros. En Argentina, probablemente me habría convertido en un bailarín de “Tango Nuevo”, quién sabe. Y cuando en Buenos Aires me vieron bailar, me dijeron: “¡Ah, miren! Esto no lo veíamos desde hacía tiempo, es lindo, es antiguo.” Yo me diferenciaba de los otros bailarines por la ausencia prolongada y solo tenía que elegir los pasos correctos.

Cristina: Creo que bailamos lindo, con armonía y musicalidad, éramos uno.

Se dice de aquellos legendarios milongueros que eran buenos bailarines, pero malos maestros. Vos decís que aprendiste mucho de ellos.

Daniel: Sí, eran mis ejemplos, tenían su propia filosofía tanguera y me enseñaron el amor y el respeto por el tango, no solo los pasos. Ellos fueron “El Lampazo”, Carlitos Pérez, Aldo Chimbela y Alberto Villarazo, quien me hizo conocido. Y hubo también una generación de maestros más jóvenes, entre ellos, Gabriel Misse, Jorge Dispari, Gabriel Angió y Roberto Herrera.

Los milongueros no te explicaban un paso, te lo mostraban. Como alumno había que copiar y eso a menudo ocasionaba caos porque uno no sabía de qué se trataba el movimiento y tardaba mucho más hasta que lo podía bailar. El punto fuerte de ellos era la forma de escuchar música, de interpretarla, de percibir las pausas y de bailar. Hoy hay maestros excelentes y los alumnos aprenden muy rápido. Pero a menudo se olvida que se necesita tiempo hasta que todo está asimilado. Hace una diferencia si alguien baila desde hace cuatro o desde hace diez años, uno lo siente sobre todo en el abrazo. Los pasos pueden ser perfectos, pero el cuerpo todavía no está listo para el baile.

Ustedes tienen diferentes trayectorias. Cuéntenme su historia.

Daniel: Yo era músico, tocaba piano y daba clases de ese instrumento desde que tenía 14 años. A los 16 comencé a tomar clase de tango en un centro cultural con un grupo de muchachos, al principio, cuatro veces por mes, pero pronto, todos los días. Durante mi primera visita a una milonga me quedé maravillado, aunque apenas sabía bailar, no tenía zapatos y no estaba vestido correctamente. En aquel entonces, la etiqueta era más estricta y así fue que a los 17 me compré mi primer traje, que usaba todas las noches. Pronto me permitieron ayudar en la clase y a los 18, enseñaba yo solo. Cada vez tocaba menos el piano.  Había entrado de lleno al mundo nocturno de la milonga.

Cristina: Y yo hice ballet desde mi infancia; a los 18 empecé a estudiar psicología y por eso dejé de bailar. Pero después de un año, el baile me faltaba. Durante una competencia con mi grupo de ballet, vi tango de escenario y me enamoré al instante.

¿Qué dijeron sus padres?

Daniel: Mi familia estaba compuesta por mi padre y mi abuela, la que me crió a mí y a mis cuatro hermanos, ya que mi madre había muerto. Al principio estaban orgullosos, pero cuando salía todas las noches, mi abuela me llamaba “atorrante”. Yo replicaba: “No, abuela, soy un milonguero” (Se ríe). No le gustaba, pero planchaba igual mis camisas. Antes, en las milongas, no se hacían con tanta frecuencia exhibiciones de baile, solo de vez en cuando había un homenaje a los milongueros y yo podía bailar en su honor. Ellos habían sido mis maestros, algunos vivían en mi vecindario y yo simplemente podía ir a buscarlos y aprender un paso con ellos. Recién en el extranjero me di cuenta de cuánta suerte había tenido de tener al alcance de mi mano la cultura del tango.

Cristina: En mi caso,  yo, en un principio, no tenía nada que ver con las milongas, sino con una academia  de baile. Cuando con 14 años quise tomar clase de tango además de la de ballet, mi hermano mayor me dijo: “Tango o ballet, la familia no puede afrontar el gasto de los dos”, y así fue que me decidí por el tango.

Dani, ¿cómo llegaste a tu estadía en Japón?

Daniel: Una alumna japonesa regresó a su país y me preguntó si no quería acompañarla y ser su pareja de baile. Yo tenía 21, provenía de una familia humilde y sabía que no debía perder esa oportunidad. Al principio fue divertido, no sabía cuánto tiempo me quedaría, tenía trabajo y ganaba bien. Me quedé 14 meses, pero no tenía vida social y prácticamente tampoco tenía amigos. Recién cuando regresé, después de una breve estadía en Buenos Aires, comencé a aprender el idioma. Pero después de tres años me di cuenta que eso no era suficiente, que también tenía que apropiarme de la cultura.

¿Cómo puede uno apropiarse de una cultura?

Daniel: Hacía preguntas, cómo debo hacer eso, qué les gusta, qué no. Las personas allí no son tan extrovertidas como en Argentina y nosotros les parecemos bastante escandalosos. Ellos nunca son directos, evitan y hacen todo lo posible para no decir nunca “no”. Así aprendí lo que los japoneses llaman “aprender a leer el aire”

Cristina: Cuando estamos en Japón, tengo a menudo la impresión de que todo está bien, pero luego Dani me dice que un alumno está muy enojado. Yo no lo percibo. Ellos nunca se expresan, no fruncen el ceño, no gesticulan y yo no sé dónde estoy parada. Pero él ve todo, para lo que yo no tengo ojos.

¿Por qué volviste a dejar Japón?

Daniel: Me había hecho un nombre como maestro. Pero cuando vi en videos del Mundial a los jóvenes bailarines me dije, que yo también tenía esa energía. Me fui con 28 años, si hubiera esperado hasta los 35, seguramente habría sido otra historia. Mi aprendizaje más importante fue mi concepto de profesionalidad. Hay parejas que bailan magníficamente y todos piensan que serán campeones mundiales, pero después de seis meses desaparecen de la faz de la tierra. Tenían mucho talento, pero no eran suficientemente profesionales.

Cristina: Al principio yo no entendía a Daniel, siempre hablaba de profesionalidad y ninguna de nosotros sabía a qué se refería ni por qué era tan importante para él. Lo encontrábamos raro, un pájaro extraño, distinto.

Desde el 2008 enseñan juntos. ¿Qué es lo importante para ustedes?

Cristina: Al principio nos costó ponernos de acuerdo. Dani estaba muy acostumbrado a trabajar a su estilo y yo a menudo me amargaba porque él es tan estructurado, tan determinante.

Daniel: Queremos ser buenos profesores y eso significa que debemos darles una garantía a nuestros alumnos de que podrán aprender el paso que les mostramos.

Cristina: Le damos mucha importancia al trabajo personal con cada uno de los alumnos, sus deseos y dificultades.

Daniel: Nos parece que menos es más. Por eso enseñamos elementos simples que se pueden bailar en  una milonga y preferimos mostrarles el mismo paso con diferentes resoluciones, en lugar de empezar cada clase con algo nuevo. Relacionamos históricamente los pasos, establecemos una conexión con el milonguero, la época o el barrio de Buenos Aires en el que se bailó. Valoramos mucho la musicalidad, transmitimos a los alumnos las diferencias de las distintas orquestas y los sensibilizamos para que sientan cuándo debe bailarse el ritmo y cuando la melodía.

Cristina: No todos los bailarines son buenos maestros, no es lo mismo. Algunos le dan a sus alumnos, sin quererlo, informaciones confusas. Por eso es importante para nosotros transmitir lo que ya hemos puesto a prueba, lo que ha funcionado con nosotros. De esta manera, estamos seguros que nuestros alumnos lograrán resultados de primer nivel.

Dani, ¿qué enseñás en tus cursos para hombres?

Daniel: Lo más importante para el hombre es una buena postura, una caminata elegante, musicalidad y un abrazo bello y suave. Solo será un buen bailarín si la mujer se siente bien con él. Como no se puede bailar sin un buen eje, ofrezco ejercicios para mejorar el equilibrio, la postura, la caminata y los giros. También son importantes los códigos de la milonga, y que un hombre sepa que no es un lugar para practicar, sino para disfrutar; que no se trata de bailar la mayor cantidad posible de pasos difíciles, sino de bailar bien lo que sabe.

Cris, ¿qué es para vos importante en tu clase de  técnica para mujeres?

Cristina: Las clases no deben ser demasiado serias, pues quien ríe, aprende con más facilidad. Siempre busco posibilidades creativas para enseñarle a mis alumnas cuestiones elementales para que puedan pararse, caminar y bailar mejor. Porque si como mujer no puedo caminar correctamente; nunca podré bailar ochos, y sin ochos no podré girar. Por eso es tan importante tener una base sólida y amplia.

Nunca enseño adornos separados de la música y le doy mucha importancia a otros dos aspectos relevantes: el control del cuerpo y la sensibilidad para, como mujer, terminar el adorno justo en el momento en el que el hombre quiere seguir. Eso es un gran arte, que en realidad solo tiene un objetivo: conectarse  con la música y con la pareja, pero sin entrenamiento físico no es posible lograrlo.

Eso suena como una linda tarea. ¿Vivieron también cosas tristes en sus trayectorias? 

Daniel: Cuando me despedí de mi familia y me fui a Japón. Cuando murieron los primeros milongueros y yo no estaba. Cuando fui criticado y lo único que se pretendía era lastimarme. Cuando a muchas personas no les gusta mi tango, lo sé manejar. Si a mis maestros no les gusta mi tango, eso me intranquiliza, pero puedo vivir con eso. Pero si la mujer que elegí para bailar, trabajar, crecer, dice: “Tu baile no me gusta”, eso es demoledor.

¿Te ocurrió?

Daniel: ¡Casi! Lo difícil de la carrera de un bailarín es que depende de sus sentimientos y de los de su pareja.

¿Y lo lindo en ese camino?

Daniel: Hay muchas cosas inolvidables: cuando mi profesora me pidió que diera clases junto con ella. Cuando fui a Japón y bailé con una orquesta en vivo. Los milongueros que están presentes en mí en cada tango. Que ellos me posibilitaron todo porque me decían: “Pibe, hacé pausas, no te apures. Pibe, bailá limpio. Pibe, no hagas tantas figuras. Pibe, caminá más. Pibe, elegí los pasos más lindos y omití el resto”.

Pero lo más lindo de todo es la experiencia con Cris. Nosotros aprendimos el idioma del otro, el idioma sin palabras, aprendimos a “leer el aire del otro”, porque otra persona es un universo en sí, es un país extraño que se debe aprender a leer. Muy especialmente en el tango.


¹ Gerardo Portalea (1928-2007), legendario bailarín de salón que se hizo famoso por su estilo de baile lento, elegante y pausado.

² El legendario Ramón “Finito” Rivera, fallecido en 1987, era considerado la personificación de la elegancia en el tango.

 ³ La “aguja”, una figura en la que el hombre gira en su lugar

 4 Luis Lemos, de Saavedra, milonguero conocido por ser un representante virtuoso del estilo de Villa Urquiza.