«Espere, ya lo ubicamos»  Los maîtres de la milonga porteña

Nota escrita por Ute Neumaier, Buenos Aires, publicada en la revista alemana, Tangodanza, nro. 41, enero 2010

Quien, por primera vez, entra en una milonga tradicional de Buenos Aires se encuentra ante algunos misterios: ¿Por qué no me puedo sentar donde quiero? Llegué temprano y no hay nadie… ¿Por qué este acomodador me sienta en la segunda fila, si la primera está vacía? ¿Por qué tanta historia con las mesas?

Le pregunto a dos que lo deben saber: Jonatán Rojas, a quien llaman Johny, y Horacio Gabin, quienes se encuentran delante de mí en el café Los Galgos, en la esquina de Lavalle y Callao. El café se fundó en 1930. Hoy en día, con su encanto somnoliento y sus recuerdos enmarcados de anteayer, parece un poco abandonado. En aquel entonces, eran Enrique Santos Discépolo y Aníbal Troilo quienes frecuentaban la casa. Alberto, el dueño de 84 años, está parado detrás de la barra y observa nuestra charla a través de sus anteojos gruesos. Horacio se acuerda de Los Galgos desde sus días de colegio; Johny pertenece a otra generación, que ya no tiene recuerdos ligados al café.

Johny y Horacio son maîtres milongueros desde hace años. Horacio es el más pensativo de los dos, en realidad, es artista, payaso y mimo. En los años ochenta, Horacio fundó con Omar Viola la famosísima milonga Parakultural del Salón Canning, que hoy en día sigue bajo la dirección de Omar. Después, Horacio se retiró con su familia por unos años al campo. Hoy, Buenos Aires lo tiene de vuelta y se lo encuentra en Canning casi todas las noches: algunas veces como maître, otras como encargado o musicalizador. Johny luce impecable con su camisa blanca como un jazmín y el pelo renegrido peinado a la gomina. Está muy atento irradiando una energía contagiosa. Habla sin respiro; está apurado, tiene 45 minutos para nuestra charla; después tiene que irse a trabajar.

Los jueves es maître en el Niño Bien, los otros días trabaja como mozo en la milonga Lo de Celia. Los turnos de los dos trasnochadores no empiezan antes de las 22 y terminan recién a la madrugada del día siguiente.

Me aclaran el asunto: Las mesas de una milonga se encuentran alrededor de la pista para que la gente pueda abarcarla con la mirada. Mayor cercanía a la pista implica mejor ubicación. Porque esta decide con cuanta facilidad o dificultad es posible invitar a alguien, o ser invitado a bailar por cabeceo, antes de que otros nos ganen de mano. El lugar en una mesa en primera fila hay que «ganárselo» yendo regularmente a la misma milonga. Los VIPS de la noche, como los milongueros, los bailarines profesionales y los habitués tienen su mesa fija. Y esta se les reserva hasta muy tarde en la noche. Ir a una mesa y sentarse en ella sin que alguien se la haya asignado, en una milonga tradicional significa meter la pata de verdad. «Decime dónde estás sentado, y te diré quién eres».

A Horacio y a Johny les cuento que en las milongas alemanas cada uno se sienta donde desea. Y los dos se sorprenden. Los maîtres son hombres poderosos en el ambiente de la milonga tradicional. Son ellos quienes deciden si la visita a la milonga se convertirá en una noche inolvidable, llena de tandas hermosas o, como se dice en la jerga de los iniciados, si se «planchará» toda la noche. Johny y Horacio son expertos en lo suyo y disfrutan el hecho de poder juntar gente que de otra forma no se hubiera conocido nunca. Horacio, más de una vez, ayudó al destino a formar una pareja.

Lo más importante para un maître es tener tacto. Aún más para Johny y Horacio, quienes no siguen el principio tradicional de sentar a hombres y mujeres por separado. Ambos conocen al público y sus susceptibilidades  recuerdan con mucho cuidado quien no puede estar con quien. Concuerdan en la importancia de tener un conocimiento básico de inglés para el trato con los extranjeros, sensibilidad y buenos modales.

Horacio considera que se requiere serenidad y que hay que mantener la sangre fría cuando, en la hora pico, todos acuden en masa, buscando la mejor mesa para bailar el tango de su vida. En el Niño Bien, hay 80 mesas y, en una buena noche, entre 500 y 600 personas; en el Canning, hay 130, en las que Horacio sienta hasta 200.

¿Cuáles son los verdaderos desafíos para un maître? Ambos se ríen silenciosamente hacia adentro. ¿Quién, en sus comienzos, no se equivocó más de una vez metiendo la gamba a fondo, sentando en la misma mesa a dos rivales o a dos que no se aguantan? Horacio sentó una vez a un negro y a una bailarina de Sudáfrica juntos y así culturalmente metió la pata. Cuando ciertos comensales le piden, por una módica propina, una mesa mejor ubicada, Johny soluciona el asunto con gran habilidad. Me cuenta de las quejas de algunas damas que “plancharon” toda la noche y de asistentes que piden que se les devuelva el dinero de la entrada si no pudieron bailar. «Siendo maître hay que estar por encima de eso”, dice Horacio, pero le gustaría que la gente tuviera un poco más de comprensión cuando no puede cumplir todos sus deseos.

Para los que viajan a Buenos Aires por primera vez, se les aconseja reservar por teléfono, llegar a tiempo, con curiosidad, con la mente abierta y con flexibilidad. La milonga porteña, sí o sí, es una aventura, se baile o no. Tan solo mirar y observar lo que pasa y como baila la gente puede ser una gran diversión y tener más suspenso que una novela policial.