Milonga para los Niños - Red internacional de bailes solidarios

Nota  escrita por Ute Neumaier (Buenos Aires), publicada en la revista alemana Tangodanza Nro. 52, octubre 2012

Belén tenía dos meses cuando su mamá drogadicta la olvidó en la vía pública. Que la beba, hoy en día, tenga una vida digna y pueda vivir bajo un techo se lo debe, entre otros, al tango, específicamente a la Milonga para los Niños.

El proyecto solidario de la fundación Sociedad para los Niños nació en 2002 cuando la Argentina experimentó la crisis económica más grave de su historia. Debido a la magnitud de las consecuencias sociales, un grupo de Australia, de aficionados al tango quiso ayudar. Así, nació la idea de establecer una red de milongas beneficiarias con las que organizadores internacionales pudieran ayudar a niños argentinos en situación de calle.

Devolverle a la Argentina algo de la alegría que sienten por bailar tango

fue el motivo de los australianos. Desde entonces, se organizaron desde 2002, anualmente, milongas de gala en Brisbane, Adelaida, Byron Bay, Canberra, Gold Coast, Perth y Sídney (Australia); en Auckland (Nueva Zelandia); Cincinnati (Estados Unidos); y dos veces, en Passau (Alemania), se organizó la «Milonga Independiente Solidaria». En Buenos Aires se organizaron  dos «Milongas para Los Niños» en 2010 y 2011 y el próximo evento de esta serie se celebrará el 3 de octubre de 2012 en la casa suiza Schweizerhaus, en Darmstadt (Alemania), de la entidad caritativa Caritas. Las donaciones que se obtienen, a nivel mundial, mediante las milongas, actualmente, van en beneficio de dos de los numerosos hogares para niños desamparados en Buenos Aires y su provincia.

Hogar Siand (a una hora del centro en auto) fue fundado en 2005 por Alicia Hernández y la bailarina de tango Mónica Martínez. La institución, hoy en día, está reconocida por el Estado y recibe subsidios, pero muy escasos. «Muchas veces –cuenta Alicia– la ayuda nos llega con gran retraso». Por eso, actualmente, le debe la cuota de varios meses a la empresa del micro escolar y a la escuela. Además, en este momento, Alicia cuida a doce niños, de entre dos meses y quince años, y el Estado brinda subsidios tan solo para los diez que están admitidos oficialmente.

Abandonados e desprotegidos

Los niños llegan por orden del juez de menores. En general, nacieron y se criaron en situación de calle y tienen, por lo tanto, graves carencias sociales, mentales y afectivas. Sus historias familiares no son muy diferentes: la mayoría de los padres están ausentes; son adictos, criminales, violentos; están psíquicamente enfermos; o viven en la calle. Cuando los mayores no pueden hacerse responsables de su vida ni de la de sus hijos, estos quedan entregados a su propio destino sin protección ninguna.

Pedro, por ejemplo, es un niño que apenas pudo sobrevivir y recuperarse de las quemaduras y los mordiscos que su propia familia le había causado. Ángel y sus tres hermanos son hijos de una madre que está psíquica y físicamente enferma, y de un padre que padece adicción a las drogas. «Los primeros días no se movían ni un centímetro y se quedaban asustados en un rincón de la casa fijando su mirada firmemente en el vacío», cuenta Alicia. Marco, con sus quince años, es el mayor de todos y ya hace siete que vive en el hogar junto con su hermana María. Ambos siguen soñando igualmente con ser adoptados. «Pero –dice María– no quiero que la misma familia que me adopte a mí adopte también a mi hermano. Una vez en la vida quiero tener una familia para mí sola».

Antes de llegar al Hogar Siand, los niños sobrevivieron en la calle o estuvieron abandonados dentro de la propia casa o familia. «Su día empezaba con mendigar o robar alimentos. Pero, frecuentemente, se quedaban con el estómago vacío y no les quedaba otra que comer plástico, hilo o tierra», cuenta Alicia. En general, necesita horas para limpiarlos y sacarles los piojos a estos niños que han sido física y psíquicamente maltratados y, en muchos casos, también sexualmente abusados.

Hablar para poder sobrevivir

La razón por la cual se encuentran en el hogar es sabida por todos y es su dolor más grande: haber sido abandonados por los propios padres. Para que puedan superarlo, aprender a manejar su rabia y perdonar, Alicia trabaja estrechamente con psicólogos que los atienden. En muchos casos, Alicia fue la primera persona con la que pudieron contar y que les dio lo que hasta entonces no conocían: amor, protección y respeto.

Pero hay algo más que cuenta en el Hogar Siand. A la educación también se le da mucha importancia, por lo cual, Alicia, manda a los niños a un colegio especial y privado, y les enseña lo que no pudieron aprender con sus familias: normas de conducta, principios y reglas. «Para darles sostén –cuenta Alicia–, les tengo que poner límites». Por eso, es estricta y les da tareas para que aprendan a contribuir a la casa/comunidad en la que viven.

El objetivo de la estadía en el hogar es la adopción. A su familia originaria no pueden volver casi nunca, ya que fue la que los expulsó. Por más que haya familias interesadas, en varias oportunidades, los chicos no pueden ser adoptados porque los padres biológicos no colaboran y no los ponen en adopción.

Condiciones precarias

Al principio, el futuro del Hogar Siand fue muy incierto. Todos vivían de lo que venía y de forma improvisada. Alicia lavaba la ropa de los trece niños a mano y calentaba el agua en una olla. Después, una tanguera de Francia donó un calefón y un lavarropas industrial. Además, las donaciones de las milongas mundiales hicieron posible muchos cambios: el piso de tierra fue reemplazado por uno de cemento, se instaló un baño, se amplió la cocina, se arregló el jardín, y se construyó una linda baranda para la casa. Cuando en abril 2012 se les voló el techo con un tornado, gracias al proyecto solidario de los australianos, volvieron a tener uno a los catorce días. Ahora les hace falta un baño separado para los chicos, los dormitorios deben ser refaccionados, y necesitan placares para guardar la ropa. Además, Alicia insiste en hacer un taller de oficios porque esa es la única posibilidad para que los niños carenciados tengan una verdadera chance de ganarse la vida en el futuro.

«Si no tenemos nada para comer, matamos un pollo»

Los Horneros es una granja en La Reja, a unos treinta minutos en auto desde el Hogar Siand. La fundadora es Elisa Jiménez, que fue nombrada por el alcalde Mariano West «la mujer más extraordinaria del año 2012». Tiene ocho hijos, veinticuatro nietos y once bisnietos. Sin embargo, se dedica, desde hace dieciséis años a niñas que no tienen esperanza ni un lugar en el mundo y les da, además de la alegría de vivir, un hogar seguro, capacitación y futuro.

De diez a quince chicas, de entre cinco y doce años, y madres menores viven con sus bebés en Los Horneros, donde forman parte de la numerosa familia de Elisa. «Si no tenemos dinero para comprar alimentos, matamos uno de los pollos y hacemos una sopa que nos llena el estómago a todos», dice Elisa.

El hogar Los Horneros también está subvencionado por el Estado, pero depende, igualmente, de donaciones privadas. Tanto más agradecida está Elisa a la red de milongas de los australianos porque, gracias a sus donaciones, no viven más en una barraca, sino en una verdadera casa de piedras, con agua corriente, con gas, ventanas y calefacción, cosas que antes no tenían. Además, se pudieron comprar muebles, herramientas, ropa, zapatos, sábanas, alimentos, medicamentos y pagar los uniformes y las cuotas para el colegio.

Demostrar que se puede cambiar el propio destino

«Las chicas no tuvieron una vida fácil», dice Elisa, que, debido a la muerte temprana de su mamá, tuvo que aprender a sobrevivir en la calle. De ahí, su motivación por mostrar a sus protegidas que uno puede cambiar su destino. «Pero la vida en la calle, en aquel entonces, no era tan dura como hoy en día– cuenta Elisa– y aún no existía el paco1. Eso es, realmente, algo terrible que transforma a la gente en drogadictos en muy poco tiempo y los destruye completamente, como a muchos padres de estas niñas».

Para darles un futuro, las chicas no van solamente al colegio, sino que aprenden cosas prácticas también, como agricultura y jardinería. Todo eso provoca cambios en las chicas que, muchas veces, dejan boquiabiertos a los psicólogos –algo para lo que Elisa no tiene explicación ninguna–. Elisa les ayuda a implementar experiencias positivas, les da seguridad y un hogar; es como si les estuviera sacando un gran peso encima.

Elisa cree en el ser humano, en la vida y lucha por ello. «Siempre soñé con un mundo mejor –relata–, pero después me di cuenta de que este mundo simplemente no existe y de que yo misma lo tengo que crear». Eso es lo que hace día tras día transformando su trabajo de beneficencia en un proyecto comunitario de toda una familia y persiguiendo sus objetivos contra todos los obstáculos y dificultades.

Bailar tango para un fin solidario

 Pero que, en otro rincón del mundo, en Australia, Alemania, Austria, Estados Unidos y Suiza, haya gente que se preocupe por el bienestar de los chicos de la Argentina y que baile tango para ayudar deja, tanto a Alicia como a Elisa, sin palabras y les da fuerza para seguir con su misión.

Muchos músicos de tango reconocidos, como Andrés Linetsky, Ariel Ardit, Joaquín Amenábar; o bailarines, como Daniel Nacucchio y Cristina Sosa, Fabián Peralta y Lorena Ermocida, Javier Rodríguez y Andrea Missé, Sebastián Missé y Andrea Reyero, apoyaron, en los últimos diez años, este proyecto para niños con su contribución artística en las «Milongas para los Niños».

Un objetivo del proyecto a largo plazo es poder brindar a los chicos de los hogares una educación acorde a estos tiempos y darles a cada uno una notebook a fin de prepararlos para una vida independiente. La milonga en Darmstadt (Alemania) el tres de octubre 2012 es otro paso más hacia este objetivo.

1.  El paco, una droga derivada de la cocaína y también conocida como «pasta base», se extendió mucho en América Latina desde los comienzos del siglo xxi. Es extremadamente adictivo y tiene fatales consecuencias para la salud.

(Vea artículo de Tangodanza 4/2009). Los que quieran apoyar este proyecto con la organización de una «Milonga para los Niños» se pueden dirigir a john@lowry.com.au

Traducción: Ute Neumaier