Despedida para Pocho - Bailar hasta el último día

Nota escrita por Ute Neumaier, Buenos Aires, publicada en la revista alemana Tangodanza Nro. 53, enero 2013                                                                                            

Roberto “Pocho” Carreras falleció el 8 de septiembre 2012 a los 81 años, debido a una enfermedad de cáncer. A su lado estuvieron su esposa, la milonguera Nélida Fernando, conocida como Nelly y sus tres hijos.

El mundo de las milongas era el lugar donde Pocho se sentía como en casa y quien ahí lo vio, seguramente, siempre recordará su forma concentrada, casi ensimismada de bailar. Parecía que, bailando, el mundo a su alrededor dejaba de existir, lo único que reinaba era la mujer en sus brazos y la música.

Al tango lo conoció a los 16 años, en un tiempo en que aún no había academias de baile y donde se aprendía entre amigos. Muy rápidamente le picó el bichito y a los 19 ya era milonguero de ley y salía a bailar día tras día.

Es por aquel entonces que conoció a su primer amor Nelly, pero más tarde sus caminos se separaron. Pocho formó una familia con Nora y  no se lo veía tanto en las milongas. Después de un tiempo, Pocho que había sido zapatero y electricista,  compró un taxi para tener siempre un pretexto para estar en la calle. Y si la milonga lo “llamó”, estacionó el auto delante de la puerta y se dio el lujo de bailar unas tandas.

En los años noventa, dio de forma regular exhibiciones en  Salón Canning,  El Beso,  Glorias Argentinas, Sin Rumbo y otras milongas. Así, en la milonga, volvió a encontrar después de 30 años a Nelly, y otra vez fueron pareja, en la vida y en el baile. A partir del año 2000, enseñaron juntos en Buenos Aires y dieron seminarios en los EE. UU. Dos meses antes de su muerte, se casaron.

Cinco meses antes de su fallecimiento, Pocho y Nelly ofrecieron su última exhibición en público, por más que a Pocho ya se le notaba que estaba gravemente enfermo. Sin embargo de esta forma, se le cumplió a Pocho el sueño de todo milonguero: Poder bailar hasta el último día.

Un bailarín, al que uno no puede dejar de mirar, se caracteriza por lo que se llama, en la Argentina, “tener ángel”. Pocho tuvo bastante de este ángel, y su fallecimiento no es tan solo para su familia y sus amigos una gran pérdida,  en las milongas también lo vamos a extrañar.

Traducción: Ute Neumaier