Alberto Podestá - “De un corazón al otro”

Entrevista escrita por Ute Neumaier, Buenos Aires, publicada en la revista alemana Tangodanza, Nro. 39, julio 2009

Alberto Podestá, legendario cantante de Carlos Di Sarli y muchas otras orquestas de renombre, se encuentra delante de mí en el famoso Bar Cao, en Balvanera. Los hermanos Cao abrieron el bar hace, aproximadamente, cien años como almacén, hoy en día forma parte de los bares notables de Buenos Aires, es un testimonio vivo de la tradición de los porteños: encontrarse en cafés para charlar y arreglar todos los asuntos de su vida. Hoy, en los bares notables se dan charlas, lecturas y conciertos. Alrededor nuestro el ruido y el movimiento tan típico de Buenos Aires, voces altas e historias de hoy se mezclan con las historias de ayer. El Bar Cao tiene una barra de madera enorme, con numerosos cajones y bandejas, en la que anteriormente se vendían alimentos; y su piso de madera cruje cuando alguien camina sobre él. El Bar Cao cuenta con una barra de madera enorme, con numerosos cajones y bandejas, en la que anteriormente se vendían alimentos, y el piso de madera que cruje cuando alguien camina sobre él. Hace muchos años Alberto cantó en este bar. Ahora me observa con curiosidad y con una mirada sincera y abierta, parece que nuestra charla le cause alegría.

Gracias, Alberto, por venir. Me comentaron que por la tarde estás siempre en el Café Ba y Ben. ¿Por qué pasás tus tardes allí?

Ante de todo, nuestro encuentro me hace muy feliz. Sí, es verdad que estoy casi todos los días en el Ba y Ben. El café es un encuentro para músicos, porque se encuentra, justamente, frente a la Asociación de Actores.

¿Cuándo empezaste a cantar y cómo fue?

Nací en septiembre 1924, en San Juan. Mi padre falleció cuando yo aún era muy joven. Por eso mi hermano mayor y yo tuvimos que comenzar a trabajar desde muy pequeños para ayudar a nuestra madre con sus 5 hijos. Al colegio fui solamente hasta sexto grado. La verdad es que nunca fui un estudiante maravilloso, pero en el colegio di mis primeros pasos como cantante, en el coro de la escuela. Aún muy joven, me enamoré del tango. Carlos Gardel fue mi ídolo, mi maestro y mi pasión. Lo escuché, lo imité y así aprendí de él sin conocerlo en persona. Por eso me apodaron, en mis comienzos, Gardelito. En 1933 dio un concierto en San Juan, y fui acompañado por mí tío. Fue la primera vez que lo escuché, tenía 9 años. Al cantar tenía mucha personalidad y expresaba los sentimientos como ningún otro. Cuando fui a Buenos Aires, ya sabía todos sus temas de memoria, todos.

¿Cómo aprendiste a cantar?

Fui autodidacta, escuchaba los tangos tantas veces que terminé conociéndolos. En aquel entonces, ya cantaba en los bailes del carnaval. Mi voz le gustaba a la gente, y me alentaron a seguir cantando. Recibí mucho apoyo en mi camino como cantante. Mi deseo fue siempre poder devolver lo que me dieron y no solo ser un cantante bueno, sino también una excelente persona que honra a su país.

¿Cómo llegaste a Buenos Aires?

Cuando tenía 14 años, Hugo de Carril fue a San Juan. Me escuchó cantar y me alentó venir a Buenos Aires, prometiéndome que me iba a ayudar. Cuando, por fin, me mudé a la capital en 1939 junto con mi hermano, él cumplió su promesa. Fue una excelente persona y me conectó con mucha gente conocida del mundo del tango. Pasé mis primeros meses en Buenos Aires yendo de una prueba a la otra. En San Juan ya había adquirido un repertorio amplio y conocía tangos de Armando Pontier, Mariano Mores, Lucio De Mare…, con lo cual estaba muy bien preparado para cantar. Vivía en una pensión para estudiantes en el microcentro y compartía la habitación con mi hermano y dos estudiantes de ingeniería.

¿Cómo conseguiste tu primer contrato con una orquesta?

A través de los contactos de Hugo de Carril, conocí a Roberto Caló, él me presentó a su hermano Miguel, quien estaba buscando un cantante porque se le había ido Mario Pomar. Tuve suerte, y me contrataron. Conocí a todos los músicos de nombre, y me presentaron a dos grandes personas que llegaron a ser muy buenos amigos y quienes me acompañaron durante muchos años: Armando Pontier y Enrique Mario Francini. Con Miguel Caló, actuamos en el cabaret Singapur, en la esquina de Montevideo y Avenida Corrientes. Todavía no era mayor de edad y así que, oficialmente, no podía estar en el escenario de un cabaret. Cuando aparecían los inspectores, me escondían.

¿No te sentías perdido en Buenos Aires?

No, ni un segundo. Buenos Aires me encantó desde el primer momento, pero también hay que decir que estaba acompañado por mi hermano. Estaba contento, orgulloso y lleno de entusiasmo; podía ganar dinero, cantar y ayudar a mi familia. ¿Qué más podía pedir? En 1944 hubo un gran terremoto en San Juan. Yo ya tenía ahorros con los que hice venir a mi familia a Buenos Aires. Me fui de la pensión, porque con mi mamá y mis cinco hermanos nos mudamos a Palermo donde alquilamos un departamento. Entonces, por fin, otra vez estuvimos todos juntos.

¿Cuándo grabaste por primera vez?

En la orquesta de Miguel Calo, canté primero a modo de prueba, pero después de un tiempo todos los músicos quisieron que me quedara. Así que a los 15 años, grabé por primera vez, en primer lugar Yo soy el tango y después Percal. En aquel entonces, grabar era algo muy distinto a lo que es hoy en día, porque toda la orquesta estaba presente en la grabación. Era una experiencia mucho más linda y emocionante de lo que es hoy con toda esta tecnología fría que aísla a los músicos del cantante. Antes era como un encuentro, nos divertíamos, hablábamos y era una reunión cálida y alegre. Es obvio que se cantaba mucho mejor de esa otra forma.

¿Cómo siguió tu historia?

Cantaba dos veces por día, una vez a la tarde, y otra a la noche, los siete días de la semana. Me quedé dos años con la orquesta de Miguel Caló y empecé a tomar clases con un maestro de canto llamado Eduardo Bonessi, con quien muchos cantantes como Alberto Martín o Hugo de Carril habían formado su voz. Estuve seis años con él.

¿Cómo llegaste a la orquesta de Di Sarli?

Un día Di Sarli me buscó y me preguntó si quería ser integrante de su orquesta. Eso fue un hecho clave en mi carrera de cantante. La orquesta de Di Sarli era la que se escuchaba todos los días en radio El Mundo. Fue una experiencia novedosa y excitante. Además, la orquesta de Di Sarli era más importante que la de Caló. Di Sarli me dio también el nombre de artista, mi apellido verdadero, porque era el de mi mamá. Hasta entonces como cantante me solía llamar Juan Carlos Morel. Mi primer tango con Di Sarli fue Al Compás del Corazón, después Nada, después Nido Gaucho y Capilla blanca. Nuestras grabaciones fueron todos éxitos y siguen siendo importantes hoy. En las milongas, la gente suele pedir estos tangos. Me quedé un año con Di Sarli, después me contactó Pedro Laurenz, y estuve en su orquesta. Pero en 1947 volví y me quedé un par de años con Di Sarli. En 1951 empecé mi carrera de cantante solista en radio Splendid y en el cabaret Maipu Pigall. Me nombraron también miembro de honor de la Academia Nacional de Tango de la Argentina.

¿Por qué cambiaste de una orquesta a otra?

Se dio así. Los directores no siempre eran personas fáciles de manejar, algunos eran arrogantes y no nos trataban bien. Yo nunca acepté el mal trato y prefería cambiar de orquesta. Siempre dejé las orquestas en buenos términos, nunca peleándome, sino con el argumento que me iba en busca de un nuevo desafío. En aquel entonces, era fácil para los cantantes, había muchas orquestas y con frecuencia te venían a buscar y te hacían una nueva propuesta. Éramos gente muy solicitada.

¿Cómo fue tu vida como cantante, tu vida en la noche? ¿No había  tentaciones como mujeres, alcohol?

Yo era muy joven…, y estaba muy alejado de todo eso. Era un cantante joven, bien educado y bien vigilado por su mamá. Nosotros éramos gente de provincia, muy modestos, no éramos porteños. En la Argentina, la diferencia entre la gente de provincia y la de la capital es muy grande. Los porteños eran mundanos, decadentes y se metían en todo, nosotros los provincianos éramos distintos. Mi vida se centraba en el canto y en mi familia. A las diez de la mañana, tenía que estar en la radio y no volvía a casa antes de las tres de la madrugada. Mi mamá me esperaba siempre, nunca me dio ni siquiera la llave de casa, porque quería asegurarse de que había llegado bien a casa.

¿Cuál fue la orquesta que más te influyó?

Di Sarli. Fue una orquesta impresionante y era la más reconocida en los bailes. Con Di Sarli tuve los éxitos más grandes, él era un genio en el piano. Puedo decir que estuve realmente enamorado de esta orquesta, y será por eso que me quedé tanto tiempo. Pero nunca cambié mi forma de cantar, fui siempre fiel a mí mismo. Di Sarli fue un hombre muy distinguido, muy correcto, con muy buenos modales y sin vicios. Cuando actuábamos, todos siempre estábamos muy bien vestidos. Creo que fuimos la orquesta más elegante de todo Buenos Aires. Había un código para vestirse: si actuábamos en el centro de Buenos Aires, llevábamos un smoking o un saco gris con pantalón negro, en la provincia llevábamos solo trajes.

¿Cuánto ganabas?

Con Caló ganaba 250 pesos argentinos por mes que en aquel entonces me parecía mucho. Con Di Sarli ganaba por actuación tanto como antes con Caló por mes. Eran otras dimensiones; pero no ganábamos solo bien, sino también nos trataban con respeto. Eso era muy importante.

Hoy en día tenés nueva fama. ¿Cómo es eso para vos?

Una vez dije en una entrevista que me descubrieron, en realidad, de grande. Con la nueva fama de las milongas, se dio algo novedoso. Yo ya había sido famoso como muchos otros cantantes: Raúl Berón, Argentino Ledesma, Jorge Valdez… Pero hoy es distinto. Hay cosas tan lindas, como esta entrevista con vos ahora. Me da la impresión de que formo parte de los cantantes más escuchados en el extranjero. Tal vez también porque Di Sarli es una orquesta muy conocida y se trata de tangos altamente bailables.

Ahora cantás con tus dos guitarristas. ¿Qué diferencia hay entre un espectáculo con orquesta y uno con guitarras?

Los dos son lindos, pero con una orquesta uno tiene detrás de sí muchísima música, es una experiencia impresionante y monumental. Cantar con los guitarristas tiene la ventaja de que uno tiene más libertad y se puede cantar todo lo que el público desea. Puedo satisfacer a mis aficionados cantando espontáneamente lo que me piden.

¿Cuáles fueron tus experiencias más lindas y más tristes relacionadas con el tango?

Hubo un incidente con Héctor Varela. Alguien me propuso como cantante para su orquesta, y él dijo que ya no pasaba nada conmigo, que mi voz se había ido y que yo ya había dado todo que tenía para dar. Sus palabras me lastimaron y me entristecieron.

No soy tonto y sé si hago algo bien o mal, si mi voz todavía tiene fuerza o no. Me pregunté cómo podía ser posible que alguien diga esto después de tantas grabaciones y tantos éxitos míos. Pero hay que superar esas cosas y seguir adelante. Eso es lo que hice.

Lo más lindo es el respeto del público. Me emociono mucho cuando percibo que mi voz y mis tangos les gustan tanto a los argentinos como a los extranjeros y que ambos desean seguir escuchándome.  Eso vale más que todo el dinero del mundo. En la milonga a veces, se me acercan personas y me abrazan. Son momentos inolvidables para mí.

Lo más lindo de mi vida es también mi familia, mi esposa, mis hijos y mis nietos. Me casé en 1967, mi señora Elsa no es del mundo del tango, nos conocimos en el barrio que yo vivía. Mi hija, Bettina Podestá, canta tango también y tiene una hermosa voz. Pero hoy es mamá y está muy ocupada con su marido y sus hijos.

¿Qué es lo más importante para que un cantante cante bien?

Tiene que identificarse con el texto de tal forma que logre ser parte de la letra. Un tango nos llega al corazón muchas veces por medio de una melodía. Pero para un cantante, es más que eso. Tiene que saber si la mujer dejó al hombre, si alguien falleció, si lo engañaron o si mató a alguien… Es la base para que el cantante pueda expresar lo que el autor sintió. Por eso, solía escuchar un tango una y otra vez hasta que tanto la melodía como la letra eran una parte mía.

Actuaste también en la película Café de los Maestros, ¿Qué tipo de experiencia fue para vos ser actor?

Fue, por un lado, algo muy natural y, por el otro, algo increíble. Fue conmovedor y hermoso poder reunirse con todos los músicos y los amigos de antes. Cuando estábamos entre nosotros, los músicos, a veces sacudíamos la cabeza y alguno se acordaba de algunos momentos difíciles de su vida y no lo podíamos creer. Algunos habían tenido momentos en los que no tenían ni siquiera unos pesitos para tomar el colectivo y ¡ahora estaban actuando en el escenario del Teatro Colón! La vida está, realmente, llena de sorpresas.

¿Alguna vez tuviste una crisis y quisiste dejar de cantar?

Sí, siempre cuando tuve un bajón. En esos momentos me decía que debía dejar el canto y que había llegado el momento de hacer algo nuevo. Pero mis aficionados no lo aceptaron y no permitieron que Alberto Podestá pasara a ser coleccionista de tango u otra cosa. Me amaron como cantante, así que quisieron tenerme para siempre. Les agradezco haber sido tan fieles conmigo hasta la actualidad. Sin eso, mi vida no hubiera sido la misma.

¿Qué necesitás para cantar de la mejor forma?

El público es lo más importante. Si se levanta y aplaude, se te van los años que tenés encima; se van las enfermedades y lo que te duele. De repente uno tiene 20 años otra vez. A veces arreglo con el organizador de una milonga para cantar 3 tangos, pero después el público está tan entusiasmado que canto diez. Un cantante debe aprender dos cosas en su vida: si canta uno o dos temas y la gente no reacciona, se debería ir del escenario; pero si el público reacciona con entusiasmo, debería dar todo lo que tiene.

Nunca hay que cantar por plata, porque eso se transmite, la gente lo siente y no es una linda sensación. De la misma manera, sienten si cantás con el corazón y con pasión y te lo agradecen a través de los aplausos. La pasión se transmite de un corazón a otro.

Traducción: Ute Neumaier